Capítulo noventa y dos: El niño de la foto. — — — — Narra Brad Lancaster — — — — El sol entra apenas por las rendijas de la cortina cuando Amy se revuelve a mi lado. Acaricia su vientre aún pequeño, pero que ya nos cambió la vida. La observo en silencio, desde la almohada, sin atreverme a moverme. El embarazo ha sido delicado desde el primer día, y aunque ella finge estar tranquila, yo veo la tensión en su mirada cada vez que se levanta demasiado rápido o cuando el dolor la toma por sorpresa. —¿Estás despierto? —pregunta, con la voz todavía adormilada. —Lo estoy desde hace rato —respondo mientras paso un brazo bajo su cuello y la acerco a mí—. Solo quería verte dormir. Estás hermosa. —Mentiroso —murmura, pero se acurruca en mi pecho como cada mañana—. Me siento un globo. —Un globo que amo —bromeo—. Y un globo que lleva a mis tres pequeños en su interior. Eso te hace preciosa. Se ríe, aunque sé que su humor es una forma de enfrentar el miedo. Desde que supimos que esperábamos t
Capítulo noventa y tres. Ruido de fondo — — — — Narra Brad Lancaster — — — — La calma es extraña. Se presenta sin previo aviso y, por eso mismo, cuesta creer en ella. Amy duerme a mi lado, envuelta en el edredón hasta la barbilla. Su respiración suave, regular, acompasa la oscuridad de la habitación, pero no me permite dormir. Estoy despierto desde hace horas. No por trabajo, no por insomnio… simplemente, algo no me deja descansar. No hay amenazas, no hay notas ni mensajes. Pero eso es justo lo que me inquieta. El silencio también es una forma de guerra. Me levanto despacio, procurando no despertarla. Paso junto a la cuna portátil que ya instalamos en la esquina del cuarto. No está vacía del todo: dentro hay tres peluches, uno por cada bebé que viene en camino. Dos ositos y un conejo. Amy los acomodó como quien construye un refugio. En la cocina, la cafetera burbujea. El olor a café recién hecho me ancla al presente. Apoyo los codos en la encimera y cierro los ojos. Repaso la re
Capítulo noventa y cuatro. Los tres contra el mundo. — — — — Narra Amy Carlson — — — — Brad no durmió en toda la noche. Lo sentí moverse de un lado a otro, revisar cajones, murmurar para sí mismo. A ratos volvía a la cama, me abrazaba como si tuviera miedo de perderme… y luego se marchaba otra vez, devorado por sus pensamientos. Me desperté temprano, aunque no estaba completamente dormida. El embarazo me tiene más cansada de lo normal, pero también más atenta a todo, como si mi cuerpo supiera que debo estar alerta, siempre lista. Cuando bajé, lo encontré en el salón, con una caja en el regazo y una expresión de profunda confusión. No estaba solo. Milicent estaba sentada frente a él, en el sofá. Había lágrimas secas en sus mejillas y el cabello más desordenado de lo habitual. No hablaban, solo miraban una foto que Brad sostenía entre los dedos. Me acerqué despacio. —¿Qué es eso? —pregunté. Brad me miró como si acabara de regresar de muy lejos. —Una foto antigua. Estaba en los
Capítulo noventa y cinco. Un nombre que no conocemos. — — — — Narra Brad Lancaster — — — — El día comenzó con esa calma tramposa que a veces precede a las tormentas. El cielo estaba despejado, el café sabía bien y Amy sonreía. Pero había algo en el ambiente… una especie de tensión invisible, como si el aire estuviera cargado con algo que no sabíamos nombrar. O tal vez soy yo. Tal vez estoy viendo amenazas en todas partes porque ahora tengo demasiado que perder. —¿Estás seguro de que quieres que vayamos a la empresa hoy? —me preguntó Amy mientras se abrochaba lentamente el abrigo, frente al espejo del vestidor. —Solo un par de horas. Quiero mostrarte los avances en el área de diseño del nuevo centro de maternidad —le respondí, caminando hacia ella para ayudarla con el cierre. Mis dedos tocaron la tela y, de inmediato, su vientre firme bajo la ropa. Tres vidas creciendo ahí dentro. Tres. Amy asintió, pero noté esa chispa de incomodidad que suele ocultar tras su fortaleza. No insist
Capítulo noventa y seis. Tan cerca y tan lejos — — — — Narra Amy Carlson — — — — A veces me despierto en medio de la noche sin saber por qué. Ni un ruido, ni una pesadilla. Solo el presentimiento de que algo no está bien. Esta madrugada fue una de esas. Abrí los ojos en la penumbra, sintiendo los brazos de Brad rodeándome como un escudo invisible. El ritmo lento de su respiración me decía que dormía profundamente. Pero yo no pude volver a cerrar los ojos. Mis manos fueron a mi vientre por instinto. Tres pequeños corazones latiendo dentro del mío. Tres vidas que no pedí, pero que ya amo con una fuerza aterradora. Me levanté con cuidado para no despertarlo. Bajé a la cocina en busca de agua. Al pasar por el salón, algo me llamó la atención. No fue un ruido. Fue… una sensación. Como si alguien hubiera estado allí, hacía apenas unos minutos. La cortina del ventanal se movía, aunque no había ventanas abiertas. El portón estaba cerrado, las alarmas activadas. Pero mi piel se erizó ig
Capítulo noventa y siete. La clínica es el hilo conductor. — — — — Narra Brad Lancaster — — — — Milicent ya se ha ido, y Amy duerme en la cama, con una mano sobre su vientre y la otra extendida hacia mi lado, como si incluso en sueños necesitara saber que sigo aquí. Acaricio suavemente sus dedos. Me quedo un rato sentado, observándola respirar con calma. Nuestra casa, por fin, parece tranquila… pero solo por fuera. Por dentro, cada rincón me recuerda que estamos caminando sobre cristales rotos. Apago la lámpara con cuidado y me deslizo al lado de Amy, pero el sueño no me quiere. Lo que Milicent me ha dicho me persigue como una sombra. “No reconozco a esa mujer. No es Antonella, no es mi madre.” Esa certeza me tambalea. Porque si no es su madre, ¿entonces quién? ¿Y por qué tenía esa foto, justo entre documentos antiguos, doblada con tanto cuidado? No puedo dormir. Y como ya es costumbre, opto por lo que más me ayuda a pensar: el café. Bajo en silencio, envuelvo mis pasos en la os
Capítulo noventa y ocho. Cajas cerradas— — — — Narra Brad Lancaster — — — —La cita con Milicent es en su departamento. Amy insiste en acompañarme, aunque su embarazo está más delicado de lo que cualquiera quisiera admitir. Pero no hay forma de convencerla de quedarse en casa. Solo acepta con la condición de que lleve a uno de los médicos en el vehículo, por si acaso. No me gusta verla tan frágil, tan agotada... pero tampoco puedo negarle nada.Cuando llegamos, Milicent ya nos espera en la puerta. Está vestida de manera sencilla, sin maquillaje, el cabello recogido en una coleta que deja ver aún más esa expresión de cansancio que ya se ha vuelto parte de ella. Nos abraza a ambos, con fuerza. Como si supiera que lo que va a mostrarnos puede cambiarnos todo.—Pasen —nos dice con voz baja.Entramos.El lugar está impoluto. Milicent nunca fue descuidada, pero hoy todo brilla con una pulcritud que parece artificial, como si hubiese estado limpiando para no pensar.Sobre la mesa del comedo
Capítulo noventa y nueve. El peso del silencio— — — — Narra Amy Carlson — — — —El clima afuera no ha mejorado desde que despertamos. La lluvia fina golpea contra las ventanas como si intentara borrar los miedos que se han instalado en nuestra casa. Pero no lo logra. Brad está inquieto. Yo también. Es como si cada paso que damos para acercarnos a la verdad sobre ese hermano oculto, sobre ese enemigo invisible, nos alejara de la calma.Estoy sentada en la cama, rodeada de almohadas, con una mano sobre mi vientre. Trillizos. Aún me cuesta creerlo. A veces me invade un miedo irracional, como si el mundo conspirara para impedir que lleguen. Pero otras veces, como ahora, cuando siento uno de esos movimientos internos, una patadita apenas perceptible, sé que tengo que ser fuerte. Por ellos.Brad entra en la habitación con el rostro cargado de preocupación. Se sienta a mi lado y me acaricia el pelo en silencio. No necesito que hable. Conozco ese gesto: hay algo que quiere decirme pero no sa