GAEL
Isabela del Bosque es un problema.
Uno grande.
Desde el primer momento en que la vi, supe que no sería una prisionera fácil. Pero lo que no esperaba era que, con cada día que pasa, se me meta más bajo la piel.
La maldita no se quiebra.
No llora, no suplica, no se rinde.
Pelea.
Y lo peor es que… eso me gusta.
—Estás jodido, hermano —murmura Lorenzo, apoyándose en el escritorio de mi oficina mientras me observa con los brazos cruzados—. No me engañas.
Levanto la vista de los documentos que intento leer sin éxito.