La residencia brillaba con la calidez de las luces doradas, pero para Aisha, el lugar se sentía como una jaula. Las sombras de los candelabros danzaban en las paredes, proyectando figuras que parecían susurrar secretos en cada rincón. Mientras caminaba detrás de Sanathiel, su mente seguía atrapada en el torbellino de emociones de esa noche.
Sanathiel encendió la chimenea, y el resplandor del fuego iluminó sus rasgos definidos. Sentado en un mueble blanco, parecía relajado, pero Aisha sabía que bajo esa calma había un huracán de intenciones.
—Puedo imaginar que Rasen, ese vampiro de las sombras, debe estar rastreándote en este preciso instante — dijo Sanathiel, rompiendo el silencio. Su tono era casual, pero su mirada penetrante no dejaba lugar a dudas.
Aisha apretó los labios, desviando la mirada.
—Tiene una afinidad contigo, algo que no termino de comprender — continuó, su voz volviéndose un susurro que parecía invadir sus pensamientos.
—No es asunto tuyo, Sanathiel. — Ella respondió