capitulo 34

La noche cae pesada sobre la mansión, pero en el interior del dormitorio todo arde.

William cierra la puerta detrás de él, y en un instante tiene a Isabel contra la madera, sus bocas chocando con una necesidad desesperada. No hay palabras esta vez, no las necesitan. La lengua de William invade su boca, robándole el aliento, mientras sus manos recorren su cuerpo como si quisiera memorizar cada centímetro de su piel.

Isabel gime bajo su toque, arqueándose contra él. Sus dedos tiemblan al desabotonarle la camisa, ansiosos, impacientes. William le atrapa las muñecas suavemente, obligándola a mirarlo a los ojos.

—Esta noche... eres mía, Isabel —murmura con una voz ronca que le estremece las entrañas.

Ella asiente, perdida en la tormenta que él desata dentro de ella. William la alza en brazos como si no pesara nada y la lleva hasta la cama. La deposita sobre las sábanas con una reverencia casi salvaje, sus labios descendiendo por su cuello, su clavícula, el borde del escote.

Con dedos torpe
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