David lo observó con una sonrisa de esas que atraviesan el alma, con olor a pólvora y billetes recién horneados. Se acomodó de nueva cuenta en su asiento, cruzando una pierna sobre la otra, mientras el humo del tabaco se elevaba entre ambos como una serpiente invisible.
Con mucha más confianza y una sonrisa más clara dijo sin rescoldos. —Hablemos de números entonces —dijo con voz grave, arrastrando cada palabra como si saboreara el momento—. Por cada cabeza, recibirás cinco millones. En efectivo. Sin rastros. Dinero limpio, claro ¡Si sabes mantener la boca cerrada!
Caleb lo miró con incredulidad al principio, pero el brillo en sus ojos lo delató. “Cinco millones por cada uno. Dos hermanos. Diez millones en total”
El eco de esas cifras lo atravesó por dentro como una bala disfrazada de promesa. Por un instante, vio ante el un mundo distinto: una casa amplia para Rous, un jardín donde el hijo que aún no conocía podría correr libre, una vida sin deudas ni humillaciones.
—Eso es suficient