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Cuando Alejandro se aseguró de que Abril estuviera a salvo. Se acercó a la puerta y preguntó que quién estaba allí.

—Soy yo— dijo el señor Venancio, o sea, su padre.

—Dame un par de minutos— dijo Alejandro y sin abrir la puerta corrió a la pequeña habitación que tiene dentro de su oficina, se puso ropa de inmediato y hasta entonces salió.

—¡Papá, bienvenido! ¿Qué haces aquí?— preguntó.

—¿Acaso no puedo venir a visitar a mi hijo en la empresa?

—Claro que puedes hacerlo cuando quieras, padre, discúlpame.

—Veo que todos trabajan en orden. Me alegro mucho por ti. Sabía que podías manejar la empresa por tu cuenta y no permitirías que se hundiera.

—Gracias, papá.

—Oye, ¿qué hacías? Hace rato, estoy tocando la puerta y nunca abrías, ya me estaba preocupando.

—Hace mucha calor y decidí tomar un baño— respondió.

—Está bien, hijo, no necesito tantas explicaciones— dijo el señor, sin dejar de observar cada detalle en la oficina.

—¿Te irás pronto?— quiso saber Alejandro. Disimulando que lo quiere
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