Malakai divisó las lenguas de fuego antes siquiera de percibir el olor del humo, pues el viento, burlón, lo alejaba de su nariz, y una corriente de hielo se deslizó por su columna mientras corría, con el corazón batiendo a ritmo de tambor de guerra, cada zancada que daba, cada latido acelerado, lo empujaba a una verdad ineludible, había sido engañado, y el peligro era mucho más grande de lo que había creído.
La certeza lo golpeó como el zarpazo de una bestia, todo había sido una trampa, burda y evidente, el tipo de artimaña que hasta un niño podría haber anticipado, menos él. Los cazadores no eran el problema, y es que nunca lo fueron, Thomas y Billy habían desplegado una cortina de humo literal y figurada, distrayendo a la manada con una amenaza externa para ocultar sus verdaderas intenciones, y la idea lo llenó de una rabia sorda, porque ahora lo veía, por más que hubieran traído cazadores a Red Moon, salvo James, ningún lobo estaba realmente expuesto a algun peligro, pero, aun así,