Gregor la devoraba de manera embriagadora, dulce y con hambre, mordisqueando sus pezones erectos, y luego regresaba a su boca, invadiéndola con su lengua en una danza frenética, mientras sus manos descendían bajo las bragas, apretando sus nalgas con ansia posesiva.Sobre su vientre, Elyria podía sentir aquel miembro palpitante y firme, como una promesa inquebrantable de todo lo que estaba por venir.Su mente daba vueltas, su cuerpo clamaba por más. Quería ser poseída, quería sentirlo dentro, llenándola, quebrándola dulcemente. Con una chispa de travesura, deslizó su mano bajo su bóxer y al percibir su calor vibrante, su propio placer se disparó, haciéndola jadear.—Debes detenerte —gruñó Gregor entre dientes apretados, mientras ella lo masturbaba con movimientos lentos y tortuosos, al mismo tiempo que él hundía dos de sus dedos en su vagina, ávida de ser conquistada.Elyria gemía, desesperada, sumergida en un torbellino de placer que la arrastraba sin compasión. Y sin poder evitarlo,
Apenas cruzaron el límite del territorio, Gregor frenó en seco. Elyria, a su lado, también detuvo el paso, y sus ojos se abrieron de par en par.La manada entera los esperaba.No eran unos pocos curiosos o guerreros de patrulla. No. Estaban todos. Viejos, niños, madres, guerreros, y sanadoras. Cientos de ojos clavados en ellos. Cientos de almas reunidas. Un silencio reverente los envolvía, tan denso que casi se podía tocar. Y en medio de ese silencio… emociones mezcladas flotaban en el aire, como la esperanza, pero también la culpa y un incómodo arrepentimiento.Gregor tragó saliva.—¿Están…? —murmuró Elyria, sin necesidad de terminar la frase.—Nos esperaban… o mejor dicho, te esperan a ti, mi luna —contestó Gregor, en apenas un susurro.Nadie dijo nada. No era necesario. Cada miembro de la manada, uno por uno, bajó ligeramente la cabeza. No como un acto mecánico. Si no con respeto, disculpa y gratitud.Habían sentido el vínculo, aunque el lazo lunar aún no estuviera completo. Se
Ambos estallaron en una carcajada sincera, como si el pasado reciente entre ellos fuera ya una anécdota lejana. A pesar de todo, tenían buena química. Se entendían. De hombre a hombre. De alfa a alfa. De suegro a yerno.—¿Estás seguro de que no quieres ayuda con Ronald? —insistió Ethan.Gregor negó lentamente, mirando a Elyria dentro de la cúpula. Recordaba la conversación que había tenido con ella. “Vamos a hacer algo épico”, le había prometido.—No será una guerra —dijo en voz baja—. Mi luna quiere dar una lección… no una masacre. Quiere que sirva de ejemplo. Que los demás alfas entiendan que no pueden seguir usando su poder militar como excusa para someter a otros alfas más vulnerables.Ethan se quedó en silencio un segundo.Una sonrisa distinta, más honda, le apareció en los labios. El pecho se le llenó de un calor sereno. Era como ver florecer una semilla que él mismo había cuidado durante años… solo que esa semilla ahora tenía el rostro de su hija y el fuego de una semidiosa.—
Gregor la miró mientras se vestía de negro, prenda por prenda, sin pudor ni pausa. Era su guerrera, su loba, su luna... y verla así, decidida, le encendía algo más profundo que el deseo. Se incorporó sin dejar de reír y se puso la ropa que ella le iba extendiendo con gesto firme.La noche envolvía la manada de Ronald con un silencio tenso, interrumpido solo por el crujido de ramas bajo las botas de Elyria y Gregor. Ellos estaban solos, tal como Elyria había previsto. No necesitaban más.Dos lobos que custodiaban la entrada, no tuvieron tiempo de comprender lo que ocurría. Ya que con un movimiento de su mano, Elyria desató una ráfaga de energía tan feroz que los arrojó varios metros atrás. Sin emitir un aullido, cayeron inconscientes. Gregor ni siquiera tuvo que intervenir.—¿Eso fue… todo? —preguntó él, atónito.Elyria no respondió. Ya estaba frente a la barrera mágica, esa que tantos consideraban impenetrable. Levantó la palma, la energía tembló como agua al contacto de su pode
—¡Isabella! —. Una voz llena de dolor y enojo resonó enel bosque. Un rayo negro se disparó sin rumbo a través de los árboles. Perosólo el eco le respondió, devolviendo su propia desesperación en el vasto ycruel silencio.Ethan, uno de los Alfas más poderosos, quedócompletamente devastado por la pérdida de su luna, Isabella. Ya no estaba ahí,o no estaban. Su destinada luna, una loba tan pura y hermosa, su presencia eslo único que podía detener la oscuridad de su lobo. Pero Isabella ya no estabaallí, se había ido con su hijo, su hijo que nunca nacería, se lo llevaron en unbrutal accidente aéreo, dejándolo solo y vacío.Las lágrimas luchaban por salir de sus cuencas, pero élno se lo permitía. En su pecho, el lobo rugía, arañando las paredes de sumente, exigiendo liberarse, exigiendo sangre.Ethan cerró los ojos, pero el pasado lo asaltó como unatormenta. Recordó aquella noche de luna nueva, la más oscura que había vivido.Como furia lo había tomado por completo. Sin Isabellap
Cuatro años después:—¡Casarme! Eso no está en mis planes en estos momentos— refunfuño Cloe un tanto alterada. Ya que, su abuela, al estar enferma, quiere asegurarse que sus nietas se casen antes que ella deje este mundo, pues no quisiera dejarlas desprotegidas a ella y a su hermana, sin que tengan a su lado a buenos hombres que se encarguen de ellas. —Mía querida, te aviso que debes de asistir a tres citas a ciegas que te he conseguido—le informó su abuela. — ¡Citas a ciegas!— replicó Cloe incrédula y con un deje de burla. —Necesito que consigas cuanto antes un hombre bueno y que sea buen partido para que puedas casarte.—Lo siento abuela, pero en eso no pienso darte gusto. Yo ya tengo un novio al que amo y no necesito andar buscando a nadie más.—Lo querrás, pero no es lo que tú te mereces. Ese chico no es apto para ti, es un chico muy insignificante y tú necesitas a alguien que te dé seguridad y estabilidad económica y social.A Cloe, el comentario de su abuela, le molesta de
Cloe se sintió destrozada en ese momento; no podía creer lo que Robin había sido capaz de hacerle. Creía que el mundo se le venía abajo, se sentía herida, dolida, expuesta y vilmente traicionada. Jamás pensó que el hombre al que amaba le rompería el corazón con sus palabras y acciones. Con puños apretados y lágrimas rodando por sus mejillas, se puso delante de él.—Robin, ¿por qué me has hecho? ¿Cómo que subiste videos de mi desnuda?—le gritó, alterada y dolida—. Yo nunca te he tratado mal, siempre te he amado de verdad y, para colmo, siempre quise ayudarte. Y tú tenías que humillarme de esta manera.—No escuchaste bien, mi amor —intentó excusarse Robin—. No hablábamos de ti, no has entendido bien.—Claro que entendí bien. ¡Qué razón tenía mi abuela cuando me dijo que no eras adecuado para mí! —rebatió Cloe con decepción—. Debí haberla escuchado. Esta vez ella tenía razón. Te quiero fuera de mi vida para siempre.Al escuchar esas palabras en la voz de Cloe, Robin se quedó pasmado, s
—¡Por favor, señor, ayúdeme! ¡Abra el seguro de las puertas! —le rogaba al conductor, que permanecía tranquilo, como si nada de lo que sucedía le afectara. Cloe golpeaba el cristal de la ventanilla con sus manos, desesperada por escapar de lo que parecía una pesadilla viviente.De repente, un gruñido bestial resonó en el auto. Ethan, o lo que quedaba de él, se movió tan rápido que Cloe apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que una mano fuerte y bestial se aferrara a su muñeca. La fuerza de su agarre la obligó a girarse, enfrentando al alfa supremo.Lo que vio la hizo congelarse de terror.Los ojos de Ethan no eran completamente humanos. Un brillo amarillo intenso los dominaba, y aunque su cuerpo seguía en forma humana, sus fauces de lobo se asomaban entre sus labios, afiladas y aterradoras. Cloe sintió cómo la sangre se drenaba de su rostro, y en un último suspiro de pánico, su cuerpo se desplomó, desmayada en el asiento.(¿Qué diablos fue eso?) preguntó Ethan a Ferus, con frustr