Xenois

Thorne ya estaba de pie, su ira anterior quedó olvidada ante la crisis que involucraba a los niños.

—Voy contigo —declaró.

—Está bien —respondí, sin molestarme en discutir con él. Thorne era casi tan testarudo como yo, además, iba a necesitar su coche para llegar allá y finalmente mandar a alguien por mi auto en la escuela. Pero en ese momento solo me importaba llegar con mi hijo.

El camino al hospital pareció pasar rápidamente, sentado en el asiento del pasajero mientras mi mente se llenaba con la preocupación. ¿Y si Ollie estaba gravemente herido? ¿Y si Riley estaba peor de lo que me dijo la señora Henderson? ¿Y si era culpa mía? ¿Los niños habrían visto lo ocurrido y peleado por ello? ¿O sería obra de un abusador? Pero, ¿quién? Ollie era muy querido entre sus compañeros y Riley solo llevaba un día allí.

Al llegar, nos dirigimos a la sala de pediatría y sentí cómo mi corazón se aceleraba al avanzar por los pasillos blancos. El olor a antiséptico y el sonido de los monitores mé