Ragnar no apartaba su mirada de la mía, y en sus ojos había una mezcla de determinación y miedo. Era como si él también estuviera luchando con lo que veía frente a sí.
—Eres una bruja, Aldara —dijo finalmente, su voz ronca, casi un susurro, pero cada palabra me golpeó como un trueno.
—No puede ser... —intenté retroceder, pero sus manos me sostuvieron con suavidad, como si temiera que me rompiera.
—Lo sabes —insistió—. Lo sientes.
Y lo sentía. Un calor que parecía provenir de mi propio pecho, que irradiaba por mis venas como un fuego que no quemaba, pero que tampoco podía ignorar. Algo se había despertado dentro de mí, algo que siempre había estado allí, escondido bajo capas de negación y olvido.
—¿Por qué ahora? —pregunté, mi voz temblorosa—. ¿Por qué siento esto ahora?
Ragnar suspiró y apartó la mirada por un momento, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—Porque el bosque te está reclamando. Tu magia, tu esencia... todo lo que eres. Este lugar tiene memoria, Aldar