Capítulo 2. Un regalo inesperado

Capítulo 2. Un regalo inesperado

Santiago llevó a Sara a un hotel y le dio unos calmantes para que durmiera un poco, había estado llorando sin parar desde que le confirmaron la noticia del fallecimiento de Lorenzo y no sabía qué más hacer para ayudarla, le rompía el corazón verla sufrir así. Cuando despertó, horas más tardes, intentó convencerla de que comiera algo, pero ella no quería nada, solo deseaba que todo fuera una pesadilla, que Lorenzo no hubiera muerto. Ese día, no se levantó de la cama, todo lo que hacía era llorar, consumiéndose en la tristeza y el dolor. En la mañana, llamó a Paolo y le preguntó dónde velarían el cuerpo de su prometido, quería despedirse de él antes de volver a Madrid.

—Lamento mucho tener que decirte esto, Sara, pero los restos de Lorenzo fueron cremados, Vittoria y Federico lo decidieron y llevarán sus cenizas a su casa —le informó con pesar. Y Sara se ahogó en llanto. Los padres de Lorenzo no tenían corazón, no le dieron oportunidad de despedirse de él una última vez a pesar de saber cuánto la amaba y todo a lo que había renunciado por ella.

Dos días después, Sara regresó a Madrid con el alma en pedazos, triste y dolida; el destino le había arrebatado al amor de su vida, quitándole la ilusión y robándole todos los sueños que había construido junto a él. Ninguna cantidad de lágrimas le bastaría para disminuir el dolor que la consumía como un veneno, pasó semanas tumbada en la cama sin ganas de nada, comía en algunas ocasiones porque Bárbara no dejaba de insistir, pero no porque quisiera hacerlo.

Santiago tuvo que volver a Estados Unidos poco después de dejar a Sara en Madrid, no podía ausentarse por más tiempo, pero llamaba todos los días a su hermana para saber de ella, le preocupaba que se enfermara, la dejó muy mal cuando se fue.

Esa mañana, Sara se levantó de la cama con muchas náuseas y corrió al sanitario sin poder aguantar las ganas de vomitar, pensó que se había enfermado por no alimentarse bien o por tanto llorar. Después de asearse la boca, salió de la habitación para buscar a Bárbara, era temprano y aún no se iba a trabajar.

—¿Y si estás embarazada? —le preguntó su amiga cuando le contó que se sentía mal.

Sara lo pensó un momento y, un segundo después, abrió mucho los ojos al recordar que no había tenido su período y que era muy posible que estuviera esperando un hijo de Lorenzo. Enseguida, su amiga fue a la farmacia por una prueba de embarazo y regresó media hora después con varias, para estar segura. Nerviosa, Sara entró al baño y eligió una de las pruebas al azar, siguió las instrucciones y esperó ansiosa el resultado. No quería hacerse ilusiones, pero no pudo evitar sentirse emocionada ante la posibilidad de que en su vientre estuviera creciendo el fruto de su amor por Lorenzo.

—No puedo, mira tú —le pidió a su amiga abriendo la puerta del baño. La prueba estaba sobre el lavabo, Bárbara se acercó y la tomó entre sus dedos, nerviosa, sabía lo importante que era ese momento para Sara.

—Es positivo, estás embarazada —reveló sonriendo.  

—¡Oh, mi Dios! ¡Oh, mi Dios! ¿Estás segura? —le preguntó Sara con el corazón dándole tumbos en el pecho, no lo podía creer.

—Sí, sí. Es positivo. Mira. —Le mostró la prueba.

 Sara se cubrió la boca con ambas manos. Era verdad, esperaba un hijo de Lorenzo. ¡Un bebé de los dos! Aquella fue la mejor noticia que pudo recibir, su amor no había muerto con él, seguiría vivo a través de su hijo o hija. Emocionada, abrazó a su amiga y lloró lágrimas de felicidad mezcladas con nostalgia. Fue un momento agridulce, Lorenzo murió sin saber que tendrían un bebé, no lo vería nacer ni estaría con él mientras creciera. Se habría puesto tan feliz con la noticia, habían hablado de tener hijos, los dos querían una familia grande porque no tuvieron hermanos, eran hijos únicos. La madre de Sara perdió la vida dándola a luz y su padre no se casó de nuevo, se dedicó a criarla con mucho esfuerzo y amor hasta que falleció por causas naturales a los cincuenta y cinco años, cuando Sara tenía veinte años.

—Voy a ser mamá, hay un bebé creciendo aquí, dentro de mí —pronunció con lágrimas en los ojos mientras se tocaba el vientre. Era un milagro, un rayo de luz en medio de la oscuridad, el regalo más valioso que Lorenzo le pudo dar, le devolvió la ilusión y el deseo de vivir.

—Sí. Y será el bebé más consentido y amado del mundo, porque tendrá a la mejor madre y a la tía más genial que pueda existir.

—Sin duda —comentó Sara sonriendo por primera vez en semanas, tenía un motivo para hacerlo. 

Ese mismo día, fue a realizarse una ecografía para ver que todo estuviera bien, no se estuvo alimentando bien las últimas semanas y le preocupaba que hubiera afectado al bebé. Tuvo que ir sola porque su amiga debía trabajar y estaba muy nerviosa, se iba a quedar sin uñas en lo que esperaba para entrar. Cuando al fin la llamaron, entró al consultorio con un nudo en la garganta y los nervios multiplicados por mil. La hora de la verdad había llegado. Se cambió la ropa por una bata, como le indicó la ecografista, y se recostó en la camilla sintiendo su corazón golpeando duro contra su pecho, estaba tan emocionada como ansiosa, tenía miedo de que algo estuviera mal, que la prueba hubiera dado un falso positivo. Pero en el momento que escuchó los latidos de su bebé y lo vio en el monitor por primera vez, su corazón rebosó de una felicidad tan inmensa que no pudo evitar llorar. No había ninguna duda, estaba embarazada, un bebé suyo y de Lorenzo estaba creciendo dentro de ella sano y perfecto. Tenía ocho semanas de embarazo, ya estaba formado, distinguió su cabeza, su cuerpecito, dos piernitas y dos bracitos en desarrollo.  

Tendremos un bebé, amor. Una parte de los dos crece en mi interior. Pensó mirando al cielo al salir del consultorio. Deseaba tanto que Lorenzo estuviera vivo para decírselo, ver su sonrisa al enterarse de la noticia, sentir sus brazos rodeándola y sus labios besándola como loco por toda la cara por la emoción de saber que sería papá. Pero tenía que conformarse solo con imaginarlo.

Quince semanas después

Desde el momento que Sara supo que estaba embarazada, buscó un trabajo para poder costear con todos los gastos del bebé, estuvo dependiendo de Lorenzo desde que se mudó con él a Italia y no tenía ningún tipo de ahorro, ni siquiera un lugar propio donde vivir. Bárbara le dijo que no se preocupara por eso, que podía quedarse en su apartamento todo el tiempo que necesitara, pero igual debía trabajar. Encontró un puesto de mesonera en un restaurant elegante donde recibía buenas propinas, pero no contaba con un seguro médico que cubriera el parto y, con lo que ganaba, sería imposible costearlo.

Esa noche, cuando regresó a casa del trabajo, vio a Santiago sentado en el sofá usando su teléfono móvil. Había llegado de Estados Unidos hacía unas horas. La miró y sonrió, para él, era la mujer más hermosa del mundo. Que estuviera embarazada no cambiaba lo que sentía por ella. Sara se alegró de verlo y lo saludó con un beso y un abrazo breve, porque estaba cansada y le urgía sentarse.

—¡Qué sorpresa encontrarte aquí! Pensé que no volverías hasta Navidad —comentó recostándose en el sofá después de quitarse el calzado.

—Pedí unos días en el trabajo, tengo algo urgente que hacer aquí —respondió con aire misterioso, había ido a Madrid con un propósito y esperaba no devolverse con las tablas en la cabeza.

Sara entrecerró los ojos y, sin poder aguantarse la curiosidad, le preguntó de qué se trataba. Parecía algo serio. Santiago respiró hondo antes de darle una respuesta, una que ni en sus sueños ella esperaba.

—Bárbara me ha contado lo duro que estás trabajando y no puedo estar tranquilo sabiendo que pasas doce horas atendiendo mesas en tu estado, cada vez será más difícil para ti, y los dos sabemos que no podrás reunir el dinero suficiente para costear los gastos del nacimiento del bebé a tiempo —dijo hablando de prisa, estaba nervioso, no sabía cuál sería su reacción, pero no había viajado todos esos kilómetros para acobardarse en el último momento—.  Lo pensado mucho y… y he venido hasta aquí para decirte que quiero cuidar de ti y de tu bebé. Sara, ¿aceptas casarte conmigo? —le propuso inclinándose en el suelo y sosteniendo una argolla sencilla de plata entre sus dedos que tenía guardada en el bolsillo de su pantalón.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo