Recuperando el amor del ceo paralítico
Recuperando el amor del ceo paralítico
Por: Flor M. Urdaneta
Capítulo 1. Destino implacable

Capítulo 1. Destino implacable

Sara no dejaba de sonreír ni de mirar el anillo de diamantes que adornaba su dedo. Se había comprometido con el hombre que amaba, el guapísimo multimillonario Lorenzo Moretti. Pero no era su fortuna lo que la había cautivado, cuando lo conoció, ella no tenía idea de que era el único heredero de una de las empresas siderúrgicas más grandes de Italia. Recordaba ese momento a la perfección, era su primer día como mesonera en un restaurant de Madrid, la habían despedido de su trabajo en el banco, donde se estuvo desempeñando durante dos años como cajera, y no tenía ninguna experiencia como mesera. Nerviosa, se acercó a la mesa y les preguntó a los dos caballeros que la ocupaban en qué podía servirles. Uno era muy guapo, de unos treinta y tantos, con unos impresionantes ojos grises que resaltaban en su piel porcelana, de cabello oscuro azabache con corte clásico y facciones varoniles definidas, Lorenzo. El otro era de tes morena, ojos oscuros y cabello rizado, aparentaba tener cerca de cuarenta.

—Una botella de Cabernet Sauvignon —respondió Lorenzo en perfecto español  mirando a Sara, no le había quintado los ojos de encima desde que llegó, le pareció una mujer muy guapa, de cabello chocolate liso y largo que tenía atado en una cola de caballo, ojos color almendra, labios voluminosos y un cuerpo lleno de curvas que incitaba a pecar. Lorenzo era un seductor, mujer que le gustaba, mujer que se llevaba a la cama, pero no tenía idea de que Sara no era del tipo fácil y que conquistarla conllevaría todo un reto.

—Enseguida se la traigo, señor —pronunció antes de dar media vuelta y alejarse de la presencia de aquel hombre que comenzaba a alterarla, su mirada era muy intensa y reveladora, no se esforzó en ocultar su interés en ella, de hecho, parecía que deseaba que lo supiera.

Cinco minutos después, regresó a la mesa con el vino que el cliente había pedido y se dispuso a servirlo, pero en un acto de completa torpeza, tropezó con la copa, derramando una gran cantidad de vino en el regazo de Lorenzo.

Él empujó la silla hacia atrás y se puso en pie enseguida.

—Lo siento, señor. Lo siento tanto —repetía Sara arrodillada en el suelo mientras usaba una servilleta de tela para limpiarle el pantalón. No podía creer que hubiera cometido semejante error, sin duda, la despedirían.

—No importa, es solo vino, no pasa nada —aseguró él envolviendo con gentileza su muñeca para ayudarla a levantar.

—De verdad lo lamento mucho, señor. Estoy tan avergonzada —admitió desviando la mirada, quería que el suelo se abriera y la engullera. Nunca se sintió más apenada en toda su vida, todos en el restaurant los miraban, incluido su jefe, quien estaba listo para despedirla.

—Se lo perdonaré con una condición, que acepte salir conmigo en una cita —propuso con una sonrisa seductora, pero por muy guapo que le pareciera, no iba a caer en su trampa, hombres como él solo buscaban una cosa y ella no estaba dispuesta a convertirse en un número más de su lista de conquistas.

—No puedo, tengo novio y es muy celoso. —Le mintió exagerando un gesto.

Una fuerte turbulencia sacó a Sara de sus recuerdos, viajaba en un avión desde Milán a Madrid, tenía que hacer algunos trámites que no podían esperar más, la fecha de la boda estaba cada vez más cerca y necesitaba los documentos para casarse. Sería una ceremonia sencilla, con pocos invitados, porque la familia de su prometido no la quería, pensaban que estaba tras su dinero y que no era suficiente para él. Después de más de un año de relación, seguían sin aceptarla y Lorenzo decidió alejarse de sus padres y renunciar a la herencia que el correspondía como único heredero de la familia Moretti Ferraro, solo conservaba lo que su abuelo paterno había dispuesto para él en su testamento para cuando cumpliera la mayoría de edad:  un lujoso apartamento en Milán y el 10% de las acciones de la Siderúrgica M.P.S.

Un par de horas después, Sara llegó a Madrid sin ningún contratiempo y lo primero que hizo fue avisarle a Lorenzo, como le había prometido. Ya no disponía del jet familiar y estaba inquieto porque Sara viajaría en un vuelo comercial. Menos de un minuto después, le respondió el mensaje diciéndole que ya la extrañaba, que volviera pronto.

“También te extraño. Espero que solo sean unos días. Te amo”, escribió sonriendo.

“Te amo más, principessa”. Su sonrisa se hizo más amplia con su respuesta, estaba muy enamorada él, era el amor de su vida.

—¡Oh, por Dios! —expresó Sara con alegría cuando vio a Santiago sosteniendo un cartel con su nombre, no tenía idea de que lo vería, habían pasado tres años desde la última vez que lo hizo. Se suponía que sería su amiga Bárbara quien la buscaría en el aeropuerto y envió a su hermano en su lugar. Se conocían desde niños, estudiaron en la misma escuela y en la misma secundaria, pero Santiago obtuvo una beca en Harvard y se fue a Estados Unidos a estudiar medicina, como era su sueño.

—Hola, niña —la saludó Santiago como le decía de cariño y la envolvió entre sus brazos deseando que fuera suya, como lo había deseado durante tantos años. Pero Sara lo veía como a un hermano, se ahorró la vergüenza de que lo rechazara al escucharla hablar con su hermana sobre lo que sentía por él.

—Hola, nerd. ¿Por qué no me dijiste que estabas en Madrid? —Le preguntó separándose de él y con una sonrisa amplia, estaba muy feliz de verlo.

—¿Y perderme tu cara de sorpresa cuando me vieras?  

—Supongo que habría hecho lo mismo —admitió encogiendo los hombros.

De camino al apartamento de Bárbara, donde se quedaría los días que estuviera en Madrid, Sara no paró de hacerle preguntas a Santiago, llevaban tiempo sin hablar y sentía curiosidad de cómo era su vida en EEUU. Pero él no tenía mucho que contar, solo estudiaba y trabajaba, y cuando tenía tiempo libre, que era muy poco, se quedaba en casa leyendo o viendo alguna serie o película.

—Ay, no. Te estás pasando de aburrido. Esta noche saldremos los tres para que aprendas a divertirte, no todo en la vida es estudiar —dijo Sara poniendo los ojos en blanco.

Pronto, llegaron al apartamento de Bárbara y su amiga la recibió con un escandaloso chillido, no se habían visto desde que Lorenzo le dio el anillo. La felicitó emocionada y admiró la costosísima joya que le adornada el dedo. No esperaba menos de Lorenzo, el hombre nadaba en dinero.

En la noche, mientras se preparaba para salir, llamó a su prometido para saber de él, le había escrito varios mensajes y no le respondió ninguno, lo que era muy raro porque Lorenzo siempre le contestaba, y más cuando estaban lejos. Pero el teléfono estaba apagado, la envió directo al buzón de mensajes. Intentó dos veces más y seguía enviándola al buzón. Algo debía haber pasado, él nunca apagaba su teléfono y, si iba a quedarse incomunicado, le avisaba antes. Preocupada, decidió llamar a Giulia, su asistente, ella le diría donde estaba.  Después del tercer tono, contestó llorando y entonces supo que algo malo había pasado.

—¿Dónde está Lorenzo? Dime que está bien, por favor —rogó con el corazón palpitando en su garganta, estaba tan asustada que se tuvo que sentar en la cama porque le fallaban las piernas.

—Tu… tuvo un accidente en su auto y… y… no sobrevivió —balbuceó entre sollozos. Y Sara sintió como si le arrancaran una parte del corazón. ¡No podía ser cierto!  ¡Lorenzo no podía estar muerto! El teléfono se le resbaló de las manos, el mundo comenzó a dar giros a su alrededor, le faltaba el aire y un dolor penetrante tan profundo atravesó su pecho que perdió el conocimiento. Cuando volvió en sí, estaba en brazos de Santiago.

—¿Qué pasó? —murmuró desorientada, no recordaba lo que había pasado.

—Te desmayaste. ¿Te había pasado antes o es la primera vez? —le preguntó preocupado, era médico y sabía que una perdida de conciencia podía significar algo grave.

—¡Lorenzo! Tengo que ir a Milán —dijo cuando recordó su conversación con Giulia. Trató de levantarse de la cama, pero todo volvió a dar vueltas y cayó sentada de vuelta en el colchón.

—Debes ir al médico primero, Sara, no estás bien. 

—Y no lo estaré hasta ver a Lorenzo sano y salvo —pronunció con los ojos anegados en lágrimas, las palabras de Giulia se repetían en su cabeza una y otra vez, atormentándola.

—¿Qué pasó? —inquirió Bárbara alzando las cejas.

—Tuvo un accidente, dicen que… que… no… no sobrevivió —balbuceó con la voz fracturada, no podía aceptar que fuera cierto, hacía apenas unas horas se despidió de él en el aeropuerto y estaba bien.

—¡Oh, Sara! Lo siento tanto —enunció acercándose para abrazarla.

—No, Giulia debe estar confundida, él no puede estar muerto. No lo acepto —musitó entre sollozos en los brazos de su amiga, no podía creer que lo hubiera perdido, no quería creerlo. Tenía que ir a Milán para saber lo que había pasado.

Cuando logró calmarse, Santiago se encargó de comprar los boletos para viajar con ella a Milán a primera hora de la mañana, no podía dejarla ir sola, estaba muy angustiada y le preocupaba su salud.

Horas después

Sara llamó a Giulia apenas bajó del avión, pero no le contestó, como tampoco le había respondido el mensaje que le envió antes de abordar avisándole que llegaría a la ciudad en unas horas. Entonces recordó que había otra persona que podía saber algo, Paolo, el mejor amigo de Lorenzo. Con los nervios, no había pensado en él. Marcó su número y, apenas respondió, le preguntó por su prometido, sin saludos ni formalidades.

—Lo siento mucho, Sara. Ha sido una terrible tragedia —pronunció con voz triste, confirmándole la noticia que le destrozó el corazón en pedazos.

—¡No, no, no! ¡Lorenzo no! —gritó perdiendo las fuerzas, queriendo morir también. Santiago la sostuvo, evitando que terminara en el suelo, y la abrazó sin poder darle ningún consuelo, Sara se sentía devastada por completo, como si le hubieran quitado el alma y el deseo de vivir.

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