Me apresuré a levantarla, invitándola a sentarse junto a mí. No supe por qué, pero sentí la necesidad de decirle: —¡Yo soy la hija de ese hombre!
Ella me miró con los ojos muy abiertos, incrédula, y luego extendió sus pequeñas manos secas para secar mis lágrimas.
Después, con seriedad, me prometió: —Voy a hablar con mi hermano para que te ayude a rescatar a tu papá.
La abracé con fuerza, sintiendo que con la ayuda de estos hermanos, seguramente encontraría a mi padre.
Las palabras de Esmeralda me dieron a entender que la mente de mi padre aún estaba clara.
Hablamos un buen rato hasta que Patricio y Alberto terminaron su conversación y se unieron a nosotros. Patricio pidió a Nicanor que los llevara de vuelta.
Vi en los ojos de Esmeralda una mirada de despedida llena de tristeza. Incluso a lo lejos, se giraba para sonreírme.
Esa sonrisa era bellísima, cargada de un encanto exótico.
Los observé hasta que desaparecieron de mi vista. Entonces Patricio, con un tono cariñoso, me dijo: —Ya he