Observaba atentamente a Máximo y Clara a poca distancia.
Vi cómo Clara levantaba lentamente su mano, la colocaba suavemente sobre el dorso de la de Máximo y luego la acariciaba, diciéndole algo.
De repente, Máximo comenzó a llorar desamparado.
—¿Acaso no se puede salvar a mi hija?... Solo tengo a esta preciosa niña, pero...— su expresión era desolada, como la de un niño, mientras hablaba y golpeaba el suelo con su bastón.
Mi corazón se encogía de dolor. Incluso las personas más fuertes no podían soportar el sufrimiento de perder a un ser querido.
Clara actuaba con gentileza, como consolando a un niño travieso. Desde donde estaba, no podía oír lo que decía, pero su actitud era serena y tranquila.
Vi cómo el estado de ánimo de Máximo pasaba gradualmente de la ira a la calma, hasta que finalmente suspiró profundamente.
Poco después, Clara se levantó con él. Le dijo suavemente a Raúl: —Envía a alguien para llevar al señor Nieves a casa.
Observé a Máximo, acompañado por sus asistentes, cami