Lidia colgó el teléfono, se arregló un poco y fue a tocar la puerta de la habitación vecina a la hora acordada.
La puerta no estaba bien cerrada, así que se abrió con un empujón.
Entró y vio a Morgan sentado en el sofá, con una botella de whisky abierta sobre la mesa.
Ella arqueó una ceja: —¿El señor Vega me ha llamado para acompañarlo a beber? Y yo que me he maquillado y perfumado, y me puse mi vestido más sexy, pensando que tendríamos una cita romántica.
Morgan levantó la vista, su mirada pasó indiferente por su rostro sin maquillaje y su pelo despeinado, y ni siquiera se molestó en mirar su abrigo de plumas bien cerrado.
Sin decir palabra, tomó otro trago.
La relación entre Lidia y él no era algo que se pudiera explicar en dos o tres frases.
Ella se sentó en otro sofá, cruzando las piernas elegantemente y apoyando el codo en la rodilla, mientras sostenía su barbilla con la mano y lo miraba con interés.
—¿Estás de mal humor? ¿Por qué? ¿Te ha enfadado la secretaria López? Acabo de baj