Después del desfile, Diana sintió una horrible punzada en el estómago al pisar la entrada de la mansión. Se sostuvo de la puerta, arrugando la expresión por el dolor.
—Auch… —dijo, apretando los labios—. ¿Qué?
Al soltarse para tratar de caminar y seguir adelante, Diana tropezó con su propio pie. Fue un movimiento torpe, casi desesperado, como si su cuerpo ya no respondiera a sus llamados.
Estuvo a punto de caer. El desequilibrio fue tan brusco que por un segundo pareció que todo se detendría. Las voces de los sirvientes, las luces, incluso el aire. Pero Gabriel reaccionó. La atrapó justo a tiempo, con los brazos firmes y los ojos abiertos por el susto.
—¿Diana? —murmuró, con el tono grave.
Ella se mareó. El mundo giraba lento, como si su cuerpo le estuviera cobrando cada descuido. Se apoyó en él, más por necesidad, y cerró los ojos un instante.
—Estoy bien —mintió, con la voz quebrada—. Tal vez sea el bebé. Me acabo de marear y es un síntoma normal en el embarazo, ¿no?
Pero