Karen caminaba al lado de Paul con una sonrisa que no se le borraba del rostro. El centro comercial, con su bullicio constante y luces cálidas, parecía el escenario perfecto para esa cita que, sin esperarlo, se estaba volviendo inolvidable.
Paul tenía esa forma de hacerla reír sin esfuerzo, de prestarle atención como si cada cosa que decía importara.
—Muchas gracias por todo lo que has hecho por mí, Paul —sonrió, aferrada a su mano—. Eres como un príncipe… uno que me hizo ver la vida más bonita.
Paul sintió una calidez inmensa en su corazón al escuchar esas palabras. Era el significado de que estaba haciendo las cosas bien con Karen.
Amaba ver su gran sonrisa.
—No tienes que agradecerme, te lo he dicho antes.
—Es que incluso me tratas como a una niña a veces —murmuró, apenada.
Paul la rodeó con el brazo y mientras caminaban entre vitrinas y risas, se inclinó suavemente y le besó la frente.
Karen se detuvo un segundo, como si el mundo se hubiera puesto en pausa.
—Lo hago po