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Capítulo 4. Una manada que ya no es la mía

Capítulo 4. Una manada que ya no es la mía.

Y otra noche más sin dormir, menos mal que podía recuperar horas de sueño por la tarde. No podía negar que estaba aterrada, pero quedándome en la cama no iba a solucionar nada. Apenas si había amanecido cuando me levanté de la cama y por primera vez en días no me sentía a morir, gracias a eso fui capaz de desayunar algo.

—Veo que estás mejor, cariño. ¿Hoy vas a ir a entrenar?

La verdad es que no lo había pensado, llevaba días sin hacerlo y tampoco sabía si sería bueno para el bebé. Pero tenía que avanzar y seguir con mi vida, por lo que decidí ir hasta el campo de entrenamiento.

—Sí, iré un rato. Después me pasaré por el centro médico para ayudarte.

Mamá se acercó, dejó un beso sobre mi cabeza y se marchó a trabajar.

Cuando llegué allí no me encontré con nadie. Supongo que llegué tarde, o quizás habían cambiado el entrenamiento de lugar o simplemente lo habían suspendido, pero no había mirado el tablón de anuncios de la manada y me había venido directamente hasta aquí. Por lo que hoy no podía culpar a nadie.

Me di media vuelta y pasé el día trabajando con mamá. A la mañana siguiente no vi mi nombre en el tablón de entrenamientos, pensé que tal vez se habían olvidado de hacerlo. Y me presenté allí de todos modos, con las botas embarradas y la ropa de entrenamiento.

Me paré en el borde del claro, esperando una señal. Pero lo único que recibí fue indiferencia.

Todos entrenaban como si yo no existiera, pasaban junto a mí y ni siquiera miraban. Nadie me dirigía la palabra, era como si yo no existiera. Todos y cada uno de ellos me ignoraban, hasta él. Pasó por mi lado y ni siquiera me miró.

Ese día decidí que no volvería a ir a entrenar. Pasé los siguientes días vagando por el bosque, fingiendo buscar hierbas medicinales, ocultándome en el centro médico y en la cabaña. Hacía todo lo posible por pasar desapercibida y por no verlos juntos.

A veces, mientras caminaba de regreso a casa, escuchaba conversaciones o comentarios sueltos que me atravesaban como cuchillos:

—¿La viste? Dicen que no tiene loba.

—Dicen que está enferma...

—Seguro que Alaric la echa de aquí en cuando tome el mando.

—No pinta nada aquí. Si no tiene loba, es una simple humana...

Intentaba disimular, hacía como si no escuchara nada y seguía hacia delante sin mirar atrás.

Todos mis días se habían convertido en lo mismo: yo sola y autocompadeciéndome de mi mala suerte. Hoy mi madre me había mandado a recoger unas hierbas al bosque, el sendero aún estaba mojado por la lluvia del día anterior y, sin poder evitarlo, resbalé cayendo al suelo. Debí de caer sobre mi tobillo izquierdo porque, al intentar moverlo, un dolor agudo me hizo soltar un grito.

No parecía haberme roto nada, pero aun así me dolía. Esperé tirada en el suelo y llena de barro hasta que el dolor cediera un poco para poder volver.

De repente, escuché cómo unos pasos se acercaban. Suspiré aliviada. Debía de tratarse de una patrulla y estaba segura de que ellos me ayudarían.

Los reconocí de inmediato: se trataba de Kevin, Saúl, Héctor y Adam. Ellos eran amigos de Alaric y, junto a ellos, había compartido entrenamientos, rondas de vigilancia y hasta comidas.

Héctor me miró y giró la cabeza de inmediato, ni siquiera trató de fingir.

El resto me ignoró directamente, ¡les daba absolutamente igual si estaba herida o no! Era como si yo ya no existiera.

Y en ese justo instante me di cuenta de que yo ya no era parte de ellos, de que yo ya no era parte de nada.

Después de unos minutos decidí que no podía pasar el resto del día allí esperando a que mamá se diera cuenta de que no había vuelto.

Me levanté con dificultad y cogí un palo del suelo a modo de bastón. Mientras caminaba de vuelta al centro médico vi a Alaric de lejos.

Venía caminando en dirección contraria, con las manos dentro de sus bolsillos y una expresión seria.

Mi corazón reaccionó antes que mi mente. Quizás este era el momento adecuado para decírselo.

Me acerqué lo más rápido que pude. El tobillo me dolía, pero no podía detenerme.

—Alaric —lo llamé.

Él se paró y se quedó mirándome con indiferencia.

—Necesito hablar contigo.

—Estoy ocupado, Aylin.

—Solo será un minuto, Alaric. Es importante…

—No tengo tiempo.

No me dejó replicar, comenzó a caminar y me dejó allí, en medio del bosque, con cara de tonta.

No me había dejado decírselo, ni siquiera me había permitido hablar. En ese justo instante comprendí que él ya no quería saber nada de mí.

Y si yo no le importaba… ¿por qué le iba a importar el bebé?

Volví al centro médico como pude.

Entré en él y mamá salió corriendo al verme.

—¿Qué te ha pasado, Aylin?

—Me resbalé y me hice daño en el tobillo. Siento no haberte traído las hierbas.

—Eso no importa, cariño. ¿Nadie te ha ayudado a venir?

—No me he cruzado con nadie.

Mentí. No quería que ella sufriera por mí, no se lo merecía.

Mamá me aplicó un ungüento y vendó mi tobillo. Me senté junto a la ventana mientras mamá terminaba de trabajar. Mientras miraba a la gente hablar en la calle, me di cuenta de que yo ya no pertenecía a esa manada.

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