Olivia estaba sentada en una mecedora en el área de la granja, observando jugar a los niños. Los hijos de Nathan y Graça eran dulces y amables, como sus padres. Y sintió el apego que tenía Diego a sus sobrinos, pues en ese momento se encontraba jugando con los cuatro en una improvisada cancha de fútbol.
Había dos niñas y dos niños. El mayor acababa de cumplir quince años. Y la menor aún no tenía dos años, se había conocido horas antes.
Los tres corrieron detrás de Diego, quien en ese momento sostenía al menor en sus brazos y huía de ellos, pateando el balón con el que jugaban lejos de los tres.
Aunque estaba allí, jugando con sus sobrinos, el hombre nunca perdió de vista al Lobo. Víctor y los demás habían ido al pueblo, para prepararlo e instalar allí parte de sus hombres. Olivia se había quedado porque todavía estaba débil. Él no se apartaría de su lado.
No mas.
— ¿Té, querida? — miró hacia un lado, viendo a Silvia, la esposa de Bento, con una bandeja en sus manos.
Olivia tomó el té,