LAS REVELACIONES DE ISABEL ÁLAMO.

—¡Dios mío! —exclamó mi padre aun aferrándome a él. Mi tío Diego trataba de bajar a Isabel del árbol hundido en un dolor enloquecedor, fue entonces cuando mi padre me soltó para detenerlo.

—¡No quiero que la vean así! —gritaba mi tío Diego—. Hija, mi niña… ¡Dios mío, por qué has permitido esto! Isabel… ¡Acaso no pensaste en el dolor que nos causarías! —continuaba manifestando su dolor, luego de aquello, duré días sin hablar.

Las investigaciones estaban a la orden del día, oficiales entraban y salían de la mansión; aquel nefasto accidente se había corrido cómo pan caliente entre los habitantes cercanos y amigos, qué se llegaron a la casa para preguntar, al igual que los comentarios, cómo el que Isabel no podía ser enterrada en tierra santa o bendecida por el padre por el hecho de que ella misma se había quitado la vida. Desgraciadamente, ese era el chisme que más circulaba, también otros cómo qué Damián Alameida la había dejado embarazada y por tal motivo sé había quitado la vida. Lo c
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