Valentina había contado cada hora de los últimos siete días como si fuera una sentencia de muerte. Desde la habitación de huéspedes que compartía con Danna, observaba cómo la propuesta de Don Vidal se convertía en una sombra que devoraba lentamente a la mujer que amaba. Cada amanecer traía consigo la misma pregunta silenciosa: ¿Hoy será el día que responda?

Pero Danna no respondía. No porque no supiera la respuesta, sino porque conocía demasiado bien las consecuencias de cada palabra que pudiera salir de sus labios.

La evitación se había vuelto un arte refinado. Cuando Don Vidal aparecía en el comedor para el desayuno, Danna ya había terminado y se había retirado. Cuando él solicitaba su presencia en la biblioteca, ella desarrollaba súbitas náuseas que la mantenían encerrada en el baño. Los pasillos de la mansión se habían convertido en un laberinto de timing calculado donde dos personas vivían bajo el mismo techo sin cruzar miradas.

Valentina notaba cada detall