Los tres días habían pasado como una herida que no terminaba de sangrar. La villa se había llenado de silencios espesos y miradas que rebotaban contra las paredes sin encontrar destino. Liam se había vuelto un fantasma que aparecía solo para desaparecer otra vez. Comía solo. Dormía en habitaciones que nadie más usaba. Evitaba cualquier espacio donde Danna respirara el mismo aire.
Pero era lunes. Y los lunes eran suyos.
Habían acordado los turnos en la casa rural de Segovia hace lo que parecían años pero apenas eran meses. Un sistema para mantener la paz. Para darle a cada uno su espacio con ella sin que la villa se convirtiera en campo de batalla constante.
Lunes y jueves: Liam.
Martes y viernes: Stephano.
Miércoles y sábado: Valentina.
Domingo: todos juntos o ninguno, dependiendo de quién estuviera menos roto ese día.
El reloj marcaba las ocho de la noche. La cena se había servido hace una hora. Stephano había cocinado pasta con salsa de tomate fresco del huerto. Valentina había pues