Elara se sentó en el borde de la cama, la luz tenue de la lámpara de noche iluminando la pantalla de su teléfono. El mensaje de Keith era un veneno que ardía en sus ojos:
«A media noche, en los jardines traseros y no le digas una palabra a Duncan. No querrás que él vea lo "emocionada" que estabas de besarme.»
La culpa la aplastaba. Tenía que ir. No había otra opción. Elara se sintió aliviada al escuchar la voz de Duncan desde el baño, un sonido normal que la anclaba a la realidad.
—Elara—dijo Duncan desde el baño, su voz era un murmullo—. Me llegaron un montón de correos del trabajo. Parece que la editorial no puede vivir sin mí.
Elara se sintió aliviada. Duncan sonaba como el hombre que conocía, el editor en jefe apasionado por su trabajo. Desde que habían llegado a la residencia, él había parecido otra persona, distante y tenso, todo por causa de su hermano.
Duncan salió del baño, secándose el cabello con una toalla. Le sonrió, una sonrisa genuina que hizo que el corazón de Elara se