Capítulo XV

Antonio llegó a la casa de sus suegros como solía hacerlo las dos últimas semanas. Saludó a doña Estela con un beso en la mejilla y a Ignacio, que estaba al teléfono, levantando su mano al pasar por el cuarto de estudio. La empleada de servicio, Flora, le sirvió una copita de coñac cuando lo vio sentado en la sala.

—Le avisaré a la señora Estefanía que ha llegado.

—Gracias, Flora. Eres muy amable, pero si la encuentras con los niños —se refería a si los estaba amamantando—, no la molestes y más bien yo subo.

La mujer desapareció al doblar por el corredor que llevaba a las escaleras principales de la casa y mientras tomaba su coñac, Antonio revisó su celular. Dejó de hacerlo cuando se aproximó su suegro que tomó asiento a su lado.

—¿Cómo va todo?

Por “todo” Ignacio se refería a trabajo y dinero.

—De maravilla. Ayer tuve una reunión con unos clientes y todo apunta a que cerraré ese negocio.

—Eso suena bien. ¿Qué tipo de clientes

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