Capítulo XIV

Sin el peso de la incertidumbre, Estefanía se sentía más tranquila. Durmió mejor, aunque los mellizos la despertaron a las cuatro de la mañana pidiendo comida. Después de amamantarlos (ya había discutido con su madre que no les daría más fórmula) se quedaron en brazos de la enfermera, que tenía una habilidad especial para regresarlos a su cuna.

—No te había vuelto a ver color en el rostro, querida —saludó Estela a su hija cuando la vio desayunando, en el comedor. Se acercó a ella y la tomó de la mano—. Me alegra que estés mejor.

—Gracias, mamá.

Aunque llevaba una carga menos, todavía no estaba del todo librada y no lo estaría hasta haberse cerciorado de que Antonio tampoco albergaba ninguna sospecha. Lamentó que esa noche se hubiera excusado con su supuesta reunión importante, porque estaba dis

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