Capítulo XLII

Sergio llegó a la oficina de la profesora faltando cinco minutos para las tres de la tarde. Quedaba, como había previsto, en un lujoso edificio del centro financiero de la ciudad y el piso del despacho no lo era menos. Mientras repasaba los temas de la clase, se anunció con… el secretario, un joven no más de tres años mayor que él, vestido con un elegante traje de por lo menos quinientos dólares y que lo saludó de manera muy atenta.

—Enseguida lo hago pasar, joven.

Por su tono de voz y movimientos, Sergio supuso que debía ser gay. No esperó más de dos minutos y vio salir a la profesora por el corredor que llevaba a su oficina.

—Señor Molina —saludó la profesora—. Siga, por favor. Esteban —dijo, dirigiéndose al secretario—, no estaré disponible por las próximas dos horas. Toma mis llamadas.

—Por supuesto, señora —contestó Esteban con una ligera inclinación de cabeza que, a Sergio, le pareció exagerada para un empleado.

«¿Dos horas?», pensó Sergio. «¿Va a dedicar dos horas a un exám
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