La luz del amanecer se filtraba por las cortinas de la habitación, dibujando sombras alargadas sobre el suelo. Valeria permanecía sentada al borde de la cama, con el teléfono entre sus manos temblorosas. El mensaje que acababa de recibir le había helado la sangre: "Tenemos a Lucía. Si quieres volver a verla con vida, ven sola. Tú por ella. Sin policía, sin trucos. Tienes hasta el anochecer."
Enzo dormía profundamente a su lado, ajeno a la tormenta que se desataba en el interior de Valeria. Observó su rostro relajado, las líneas de expresión suavizadas por el sueño, y sintió una punzada de dolor. Sabía lo que tenía que hacer, aunque también sabía que él jamás lo aprobaría.
—Enzo —susurró, sacudiéndolo suavemente—. Despierta.
Él abrió los ojos lentamente, enfocando su mirada en ella. Bastó un segundo para que detectara la angustia en su rostro.
—¿Qué sucede? —preguntó, incorporándose de inmediato.
Valeria le mostró el mensaje. Observó cómo el rostro