Ekaterina distaba mucho de la mujer que Aldo conoció como madre, de aquella mujer cansada y desmejorada no quedaba nada. Hoy día lucia una hermosa melena rubia y su rostro había dejado atrás los signos de la edad, serán cremas, cirugías u otras cosas, él prefería no preguntar, pero su madre hoy día lucia encantadora.
- ¡Oh, por cierto! – Dijo Ekaterina con elegancia. – Aldo, hijo, en un momento me acompañas al auto, he traído algunos pequeños obsequios para ustedes, no son gran cosa, pero son regalos hechos con especial dedicación.
Celeste escuchaba a la mujer y no entendía, pero su estómago sentía un enorme hueco, la mujer prácticamente era perfecta, si se comparaba ella con Ekaterina, era claro que había un mundo o dos de diferencia.
- Madre, no te hubieras molestado, me imagino que son tus creaciones… - Dijo Aldo con orgullo.
Su madre solo soltó una risita cómplice y dijo:
- Ya me conoces, una vez que me invitaste, puse manos a la obra y trabajé en aquellos detalles.
- Mi madre es e