—¡Carlos, ¿qué demonios te pasa! Ya hemos terminado. Ve y haz que Viviana sea tu prometida.
Carlos frunció el ceño, como si no entendiera, y preguntó:
—Cuando he dicho que voy a casarme con Viviana. La única prometida que he reconocido siempre has sido tú.
Solté una risa fría y respondí:
—Si no le interesas, entonces, ¿por qué se probó mi vestido de novia?
Carlos, en cambio, pareció sentirse agraviado.
—Como no contestabas mis mensajes y había que tomar las medidas del vestido, ella tiene una figura parecida a la tuya, le pedí que te reemplazará solo por un momento.
Dicho esto, me abrazó por su cuenta y suspiró.
—No sabes cuántas noches he pasado preparando la boda, y tú, en cambio, te vas así como sin nada.
La fuerza en sus brazos rodeando mi cintura se tensó, desprendiendo una posición dominante. No me cabía duda de que, si le decía la verdad, Carlos encontraría su manera de castigarme.
Me obligué a mantener la calma.
—¿Cómo me seguiste hasta aquí?
Carlos sonrió y contestó.
—Solo