Capítulo 3
Sin prestar atención a sus actuaciones de amantes, abrí la puerta y me marché.

El personal que había llamado ya había llegado, y me ayudó a cargar mis cosas en el coche.

Cuando llegué a la casa de mi mejor amiga, abrí el teléfono para responder unos mensajes, pero enseguida vi que Instagram me notificaba una nueva publicación de Viviana.

“Los recuerdos que el jefe me compró en el viaje para ver la aurora boreal, ¡ya los he repartido a todos!”

Con una foto de Carlos y Viviana salían en una selfi de mejilla con mejilla, y en un lado había dos grandes cajas de paquetes.

En los comentarios, los curiosos no tardaron en bromear con envidia:

“¿Es tu jefe o tu marido?”

“Tu jefe parece muy guapo, y además, ¡te consiente demasiado!”

“¡Que se queden juntos, juntos!”

Carlos dio un like a ese comentario, y Viviana respondió de inmediato con un emoji tímido.

En un instante, los seguidores de Viviana aumentaron como la espuma.

Y en el grupo de WhatsApp de los sirvientes de la mansión de Carlos, también se leían muchos mensajes de agradecimiento:

—Gracias, Viviana, por pensar en nosotras incluso durante el viaje.

—No cabe duda de que es un multimillonario, ¡qué generoso! Gracias, Viviana.

Cuando vivía con Carlos, como él solía olvidar comer por trabajo y además era quisquilloso con la comida, creé ese grupo para que ellas pudieran atender lo mejor posible sobre su alimentación y vida diaria.

Hasta que Viviana entró a trabajar, y Carlos y yo comenzamos a distanciarnos. Poco a poco dejé de vigilar ese grupo.

No tuvo ánimos de leer todos los mensajes y disolvió el grupo directamente.

Al pulsar “disolver”, recordé que Carlos también estaba en el grupo.

Cuando supo de mi idea, pidió unirse; en ese grupo no solo publicaba yo sus preferencias alimenticias, sino que, también cuando yo estaba ocupada con mis estudios o enferma, él también se enteraba de mi estado.

En cada aniversario de novios, Carlos anotaba a mano una larga lista de ingredientes para que los sirvientes compraran, y luego me preparaba una cena a la luz de las velas el mismo.

Pero todo eso, Viviana lo había destruido.

Como era torpe, derramaba el café de Carlos, tiraba mi vaso de leche caliente, y cada vez que cometía errores, solo se lloriqueaba en el grupo pidiendo perdón, sin cambiar nunca.

Carlos pasó de molestarle a mirarla con cariño, llamándola “tontita” y recogiendo sus desastres.

Quería despedirla en una vez, pero Carlos me detuvo, y dijo:

—Viviana aún es muy pequeña, solo tiene dieciocho años y ya está trabajando; sea más comprensiva con ella.

Cuando otra sirvienta se quejaba de que Viviana retrasaba el trabajo, Carlos la echaba directamente.

Fui yo quien le encontró otro trabajo a esa mujer, una madre soltera que acababa de dar a luz, para que tuviera ingresos estables.

Esa noche, hasta que apagué la luz para dormir, noté que aún llevaba puesto el anillo de compromiso.

Me lo quité y acaricié con los dedos los grabados de arriba.

Ese anillo había sido hecho a mano por Carlos. Para confeccionarlo, empezaba desde cero para aprender, y se lastimó varias veces los dedos.

Al final, grabó torpemente nuestras iniciales de nombre en el interior, y me promedia:

—Este anillo es mi promesa para ti. Lola, con este anillo, quiero reservar tu vida entera; tú y yo estaremos juntos, sin separarnos jamás.

Y ahora, la promesa se ha oxidado, y el amante está a punto de separarse.

Llamé a un servicio de envío exprés y se lo envié de vuelta.

Justo en ese momento, papá me envió la información del nuevo candidato para la unión matrimonial, fijando la boda para después de una semana.

A la mañana siguiente, Carlos ya estaba esperándome a la puerta de mi habitación.

Al verme abrir, me preguntó ansioso:

—Lola, ¿qué significa que me hayas enviado el anillo? ¿Quieres romper el compromiso?

¿Solo por la pequeña discusión de ayer?

Lo miré tranquilamente, y respondió.

—El tamaño del anillo ya no me queda bien.

Carlos, como dándose cuenta de que se había excedido mucho, se disculpó:

—Perdona, es que al ver que me devolvías el anillo, me puse nervioso. La próxima vez, al menos mándame un mensaje para avisarme.

No tenía ganas de seguir escuchando sus explicaciones ni recordarle nada más.

Mientras él viajaba con Viviana para ver la aurora, yo lo esperé cuatro horas en la tienda de vestidos, le mandé miles de mensajes, y terminé bloqueada en todas sus cuentas.

El hombre del frente, ya no era el prometido que tenía solo yo en su corazón.

—Esta es la casa de mi mejor amiga; si no es nada importante, será mejor que te vayas.

Me di la vuelta para cerrar la puerta, pero Carlos me sujetó y me atrajo a su abrazo:

—Si el anillo de compromiso ya no te queda, de todas formas tendremos anillos de boda; te haré uno nuevo. La última vez no pude acompañarte a ver los vestidos; ya tengo otra cita para mañana. Vamos juntos, ¿sí?

Hablaba con tanto detalle, como si realmente nuestro futuro fuera lo más importante para él.

Estuve un momento de ablandarme… hasta que vi, en el lateral de su cuello, una marca de beso. Y en su abrazo, el aroma del perfume de Viviana.

Claro, un hombre que era capaz de dejar de lado a su prometida de diez años para complacer a otra mujer, ¿cuánta sinceridad podía quedarle?

Lo empujé y sonreí:

—Ya veremos mañana.

Carlos, ¿cómo puedes estar tan seguro de que yo voy a casarme contigo?
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