Capítulo 2

Sofía Adams - Febrero de 2012

Suspiro cansada de los recuerdos y doy otro sorbo a la bebida frente a mí. Intento enfocar en algún punto para ver si las lágrimas se dispersan de mis ojos, pero estoy mareándome demasiado como para controlar mi llanto.

Recuerdo el día en que Anne se mudó y en ese mismo día empezamos a construir nuestra casa en el árbol. Mi padre se volvió loco con cinco niños a su alrededor. Pero fue divertido.

Nos tomó dos semanas tenerla lista y para entonces todos ya teníamos una nueva cicatriz de nuestra construcción, y nuestra amistad estaba consolidada de una manera que nadie sabía explicar.

Éramos lo que éramos. Y fue bueno mientras duró. Si hubiera sabido cómo serían las cosas después, lo habría disfrutado más.

Froto mis brazos y manos marcados continuamente por mis uñas, y mi dedo roza la cicatriz que tenía en la muñeca al intentar martillar un clavo en la casa sin que mi padre lo viera.

El camarero, George, me lanza una mirada de reojo tratando de averiguar si estoy bien. No lo estoy. Estoy hecha una m****a como siempre. Y todo es culpa de él.

Escucho mi celular vibrar en la barra, sacándome de mis divagaciones y distrayéndome del dolor de pensar en todo.

- Hola Anne - contesto, sabiendo que siempre es ella. Siempre es ella, la buena y preocupada Anne.

- ¿Dónde estás, Sofía? - pregunta Anne con un tono cansado al otro lado de la línea.

Doy otro sorbo.

- No, no me lo vas a quitar esta vez - respondo, sintiéndome cada vez más mareada a medida que la bebida corre por mi sistema.

- Genial, hazlo a tu manera. Nos vemos en un rato - y luego ella cuelga. Anne solía ser más educada.

Le pido a George otras dos bebidas porque sé que mi tiempo se está acabando. Las tomo de un solo trago y me dirijo hacia la pista de baile.

Nunca podría haber pedido una canción más perfecta que la que está sonando ahora... "Chandelier" de Sia me envuelve y me penetra, y yo, rendida, dejo que el sonido de la música me lleve. Todos los cuerpos sudorosos frotándose juntos adormecen mis sentidos. Estoy entorpecida y eso es exactamente lo que quiero. Demasiado borracha para sentir algo más que el calor y las personas a mi alrededor.

A pesar de todo, mantengo un ojo en George, sabiendo que no pasará mucho tiempo. ¿Cuánto tardaría en llamar a todos los camareros de la ciudad? No mucho, ya que, como predije, en menos de diez minutos veo a George sacando el celular de su bolsillo. Me mira mientras contesta la llamada y momentos después asiente afirmativamente hacia la persona al otro lado de la línea.

Así es, se me acabó el tiempo.

Me aferro a mis últimos minutos antes de que la realidad me alcance, agarro a cualquier hombre sabiendo que Anne no se interpondrá hasta que esté alcanzando mis límites.

Beso a ese extraño casi de manera obscena, sin preocuparme por el decoro. Apenas conozco su apariencia, no registro nada de él, solo quiero el entorpecimiento que me brinda.

Él agarra mi trasero y me empuja para que suba a su regazo, pero antes de poder concretar el movimiento, siento una mano suave en mi hombro. Me volteo y allí está Anne con su expresión serena y su toque gentil.

- Ya es suficiente, Sofía - declara calmadamente.

Asiento y abandono al hombre sin dar ninguna explicación. Sigo a Anne en silencio, hemos hecho esto demasiadas veces como para saber que gritar, patalear, amenazar o enfadarme no servirá de nada. Conozco nuestro juego y sé que he perdido. Ella no se rendirá.

Aunque algunos lo hayan hecho.

Anne me acurruca en el asiento del copiloto de su auto, envolviéndome con una manta y dándome una botella de agua. Ella sabe lo que viene ahora.

Me encojo como una bola y comienzo a llorar copiosamente, sin parar. Derramo más lágrimas de las que jamás imaginé poder derramar. Anne simplemente acaricia mi espalda y me deja llorar. Ella sabe que es lo que necesito. Anne siempre sabe todo.

Lloro pensando en todo lo que ha sucedido. Lloro por el último año y lo miserable que he sido. Lloro por extrañar tanto a alguien que ya no está aquí.

Lloro porque al final no importa a quién quiera culpar, la culpa es y siempre ha sido mía.

Al llegar a casa, Anne me lleva al sofá. Mientras me acomodo, tomo mi manta y almohada que están apiladas allí. Luego veo a Anne comenzar a recoger la basura alrededor de la sala.

- Deja eso ahí - murmuro debajo de la manta.

- ¿Cómo puedes vivir en este desorden, Sofía? Hay cosas vencidas aquí - se queja sacando guantes de su bolso. Claro que ella traería guantes.

Encogí los hombros y escondí mi cabeza en la manta. Todavía quería llorar, pero en estas noches llegaba un punto en el que ya no tenía más lágrimas. Solo tristeza y dolor. Y nada que pudiera hacer para aliviarlo.

Sentí a Anne sentarse cerca de mis piernas al final del sofá.

- Tienes una habitación, Sofía, ¿cuándo tendrás el coraje de entrar? - preguntó Anne.

Simplemente negué con la cabeza. Esa era nuestra habitación, nunca podría entrar allí sin todos los recuerdos y sin que la culpa me consumiera. Fue en esa habitación donde discutimos antes de que él se fuera.

Al principio no quise entrar sin él, esperando que regresara, pero cuando me di cuenta de que eso nunca iba a suceder, fue cuando ya no quise volver. Y desde entonces no he entrado allí hace casi un año, la habitación sigue intacta desde aquella noche. Anne entró para tomar mi ropa y mis productos, pero fue la única vez.

¿Por qué? - preguntó Anne con voz suave. Sabía que tendría que hablar.

- Creo que una parte de mí aún piensa que si lo dejo exactamente como está, algún día él volverá y terminaremos la pelea que comenzamos - respondí.

La mirada de Anne se suavizó aún más y pude ver dolor en ella. Ella también lo extrañaba.

- Oh, Soso - Y diciendo esas dos palabras, Anne me abrazó. Me dejé llevar, aunque me sentía horrible por pensar que no era su abrazo lo que quería. No, quería unos brazos más fuertes a mi alrededor y el olor a limón al que me acostumbré. Lo quería a él. Dios, cómo lo quería de vuelta.

- Querida, hablé con Tom y estábamos pensando que tal vez un viaje te haría bien - dijo ella aún abrazándome e intentando sonar casual. Pero capté la leve nota temblorosa en su voz.

- Sofia, no puedo verte así por mucho más tiempo, nadie más puede soportarlo, te estás destruyendo - me dijo.

Era cierto, mi vida actual se resumía a salir sin rumbo por la noche, desaparecer durante días y reaparecer en alguna comisaría o hospital. Temían que un día reaparecería en el depósito de cadáveres.

- Y a dónde iría, Anne? - pregunté amargada y sin humor.

Ella me miró largamente. - ¿Qué tal Las Vegas? - sugirió.

- ¿En serio? ¿Las Vegas? ¿Por qué? - pregunté confundida.

- Fuimos allí cuando cumplimos dieciocho años y estábamos libres de la escuela, ¿recuerdas cómo fue? El grupo estaba tan emocionado, todo parecía un sueño, pensé que sería un buen lugar para empezar de nuevo - y encogió los hombros.

Parpadeé aturdida, recordaba muy bien aquel viaje, fue cuando todo empezó a cambiar de una manera que ni siquiera imaginaba. Cuando regresamos, nada volvió a ser igual, ni yo ni el grupo. Tuve que crecer de una manera dolorosa y la realidad me golpeó de golpe en la cara. Si Las Vegas fue un punto de inflexión en mi vida una vez, ¿podría serlo de nuevo?

- No estoy segura de eso, Anne - respondí incierta, todavía con los recuerdos de ese viaje en mi cabeza.

- Piénsalo, será bueno para todos nosotros - instó.

- ¿Nosotros? - pregunté ansiosa. Es curioso cómo una simple palabra puede afectarme tanto. Durante años, tuve una definición diferente de "nosotros". El antiguo "nosotros" era completo, el actual no lo es.

Mis pensamientos fueron interrumpidos por Anne tranquilizándome.

- Yo, tú, Tom... - respondió agitando las manos como si supiera a quién se refería - Tú sabes, nosotros - terminó, y agregó: "Y de todos modos, tienes tiempo para pensarlo, mis vacaciones no son hasta el próximo mes..."

Lo pensé, si solo seríamos nosotros, bueno, este viaje no podría empeorar más de lo que ya estaba. Y allí, al menos Anne no estaría encima de mí todo el tiempo, tratando de evitar que me ahogue en mis penas. Después de todo, era Las Vegas.

Incluso Anne entendía que era un lugar para beber y festejar.

- Vale - respondí calmadamente - Pero solo si estás de acuerdo en aflojar un poco las riendas, Anne. No eres mi madre, no tienes que cuidar de mí todo el tiempo - la reprendí en voz baja.

- Alguien tiene que hacerlo, ya que tú no lo haces - respondió ella.

- Entonces, ¿trato hecho? - Después de tantos años, de manera automática extendí mi meñique, ignorando los recuerdos que venían con ese gesto. Si Anne notó mi malestar, fingió que no lo hizo.

Ella suspiró, pero levantó su dedo y lo entrelazó con el mío.

- Hecho - respondió.

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