Malas palabras

Era de noche y su habitación estaba completamente a oscuras, pero eso no fue impedimento para discernir una figura que entraba en la misma.

—Márchese—dijo Arlet, enrollándose como una gatita perezosa en las sábanas.

—Lo estás esperando, ¿no es así?—preguntó una voz que no era la que ella se imaginaba.

La joven se enderezó rápidamente y encendió la lámpara, para poder ver con claridad la identidad de la persona que había osado a visitarla.

—No debería estar aquí—le advirtió a la mujer en un tono firme.

—¿Por qué no? ¿Quién me lo prohíbe? ¿Tú?—se mofó Kenia.

—Yo no, pero ese hombre seguramente sí.

—Qué ilusa eres—dijo la mujer, en un tono cargado de superioridad, como si supiese algo importante que ella ignoraba.

—Ilusa, usted—sonrió desde la cama—. ¿Qué hace aquí? ¿Acaso vino a ver si estábamos… ya sabe?

—No te sientas importante por el simple hecho de que te dé uno que otro revolcón. Créeme, las cosas no son como tú crees—se burló.

—¿Ah, no? ¿Y, cómo son?—preguntó con una mir
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