Jack parte lll.
No insistí en conocerla, y la reina Lily ni el rey Cole la mostraron en todo el tiempo que estuve en su reino. Lo dejé pasar; después de todo, no era asunto mío la notable ausencia de la nueva princesa.
Pasaron dos años.
En ese tiempo, mis amigos me escribieron decenas de cartas. En cada una hablaban sobre lo increíble que era su hermana. Lo bonita. Lo regordetes que eran sus mejillas. Su mejor rasgo, según ellos, eran sus ojos: un tono violeta brillante que nunca se cansaban de mencionar.
Y ésa fue toda la información que recibí de parte de los príncipes del Norte.
Me divertía cada vez más leer cómo peleaban entre ellos para ver quién la hacía reír más, o quién la cargaba más tiempo. Y, a la vez, comenzaba a crecer en mí cierta curiosidad por los motivos de su aislamiento.
Un día, entre las paredes de la biblioteca de mi madre, solté la pregunta con el mismo aire de indiferencia con el que uno menciona el clima.
—¿Por qué la princesa del Norte nunca aparece en público?