Capítulo 51.
La siguiente puerta me reveló algo tan simple que me heló la sangre más que cualquier exceso anterior.
Una mesa.
Una mesa larga de madera, desnuda, con un par de sillas a cada extremo.
Nada más.
No había retratos, ni espejos grotescos, ni estatuas ridículas. El aire dentro de la habitación era espeso, como si llevara años sin abrirse una ventana y la madera estaba limpia —demasiado limpia—.
Fruncí el ceño y di un paso atrás.
—Esto es… sospechoso por todas partes —murmuré para mí misma, cerrando la puerta con un chasquido rápido.
Decidí revisar las otras puertas antes de regresar allí.
La primera, llena de juguetes de todo tipo: desde ositos de trapo hasta lobos de madera perfectamente alineados en vitrinas.
Un armario enorme con ropa infantil colgada y doblada como si aún esperara al dueño.
La segunda, ropa de adolescente, zapatos caros, chaquetas y hasta un uniforme que reconocí como el que usan en la Academia donde trabajaba hasta hace poco la tía Dania meticulos