Hora del almuerzo.
David y Jenny acababan de recoger su comida. Con las bandejas en la mano, recorrieron el comedor con la mirada buscando una mesa libre.
Sus ojos se posaron en el mismo lugar. Se rozaron los hombros, se echaron a reír y se apresuraron hacia allí.
—David. —Una colega mayor lo llamó justo cuando estaban a punto de sentarse.
Jenny se adelantó de inmediato para reclamar el asiento antes que nadie.
—Toma —dijo la mujer extendiéndole la mano—. ¿Te gusta el jugo de guanábana? Lo compré especialmente para ti. —Su tono era tímido, y lanzaba miradas disimuladas a sus amigas que observaban desde cerca.
—Eh… gracias.
David dudó, pero aceptó la cajita de jugo.
—¿Quieres tomar un café más tarde? Puedes traer a Jenny si quieres.
Él dio una respuesta cortés pero ambigua, señalando su plato para excusarse.
—Está bien, come primero. Hablamos después.
Negarse de forma directa solo haría que las cosas se volvieran incómodas en el trabajo, y David odiaba poner a la gente en esa situación