Silencio.
La sala privada se sentía sofocante. Kylie podía oír su propia respiración rebotando en el vacío. Inquieta hasta la punta de los dedos, fijó la mirada en el hombre frente a ella—el asistente Brown—quien estaba sentado perfectamente erguido, sin moverse un centímetro.
Iba en serio con lo de darle apenas diez minutos para decidir. Cada segundo pasaba con una lentitud tortuosa, dejándola sin aire.
Kylie, esta es tu oportunidad. Solo di que sí.
Sus instintos la empujaban a salir de ese diminuto y sofocante cuarto de renta en el que había estado escondida—ese lugar al que había huido de la realidad. El mismo que quería dejar atrás.
La oportunidad está justo frente a ti. ¿Vas a dejar que se te escape por miedo? Sabes que no tendrás otra.
Debería tener muy claro qué responder. Cállate, se reprendió a sí misma. Se trataba del asistente Brown—el “tigre loco” que casi la había estrangulado una vez. Por reflejo, llevó la mano a su cuello.
Ya te perdonó, y ahora es él quien te ofrece es