Kevin Stone—ese era el nombre del hombre. El genio del Grupo Alexander.

Desde niño, su inteligencia había superado con creces la de los demás chicos de su edad. No solo era brillante en teoría, sino también crítico y práctico al aplicar su conocimiento. Incluso había terminado su educación formal a una edad sorprendentemente temprana.

Si el asistente Brown era considerado la mano derecha del señor Alexander y su segundo al mando en el Grupo Alexander, entonces Kevin podía ser llamado la mano izquierda de la compañía: un hombre con una mente y una mirada tan agudas como las de un águila.

Un perfeccionista capaz de detectar el más mínimo error en un informe.

Era como si tuviera un sexto sentido y el olfato de un sabueso. Si solo se tratara de eso, la gente podría tolerarlo. Pero lo que realmente lo hacía temido era su lengua: afilada como una flecha recién lanzada.

Por muy molestos que fueran sus comentarios, seguía siendo el solucionador de problemas, el que siempre rebosaba de ideas n