—¡Oye, idiota! —Damian arrancó de golpe la fina manta que cubría el cuerpo de Livia.
Sobresaltada, ella se incorporó de inmediato y se abrazó a la frazada contra el pecho.
—¿Eh? ¿Qué haces aquí? —Damian medio gritó, pero Livia solo sacudió la cabeza, parpadeando lento, como si aún no estuviera del todo despierta.
Entonces, como si de pronto cayera en cuenta de quién era, se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Su expresión cambió de golpe. Agarró la almohada a su lado y la lanzó con fuerza, golpeando a Damian directo en el pecho y haciéndolo tambalear hasta caer al suelo.
—¡Oye! ¿Estás loca? ¿Te atreves a lanzarme una almohada? —soltó atónito, aunque de algún modo aún mantenía ese tono frío y altivo tan suyo.
—¿Qué?! —replicó Livia, con una voz que no conocía miedo—. ¡Oye, oye! ¿Quién es “oye”? ¡Dijiste que me llamarías cariño, ¿no?! ¿Entonces por qué me sigues llamando “oye”? ¡Llámame cariño! —exigió, apuntándole con un dedo dramáticamente.
—¿Qué? —Damian parpadeó, desconcertad