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La suite presidencial —la única habitación de su tipo en todo el hotel— era un espacio reservado exclusivamente para Damian Alexander. Nadie más podía poner un pie allí, ni siquiera de manera casual. El personal encargado de limpiarla había sido especialmente entrenado y seleccionado a mano. Nada en esta suite era ordinario.

La noche se había hecho más profunda.

Damian se encontraba junto a la cama, levantando suavemente la manta hasta los hombros de Livia. Luego, con delicadeza, besó su mejilla. Una vez. Dos. Después su frente.

—Tonta, tonta… Debiste estar tan destrozada porque no aparecí, ¿verdad? —Su voz apenas superaba un susurro, cálida y tranquila mientras sus ojos se posaban en su rostro dormido—. Perdón por hacerte llorar.

Recorrió con los dedos la suave curva de su mejilla.

—Quiero ver tu cara mañana cuando recuerdes lo que pasó esta noche —murmuró, riendo suavemente y sacudiendo la cabeza.

Ella dormía profundamente, completamente agotada. Debió haber usado toda su energía ll
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