55

En lugar de esperar a que David pidiera un taxi, Livia le agarró de la mano y lo arrastró hacia el estacionamiento de invitados del campus. Sacó un juego de llaves y el coche se desbloqueó con un beep.

David se quedó paralizado, mirando el vehículo con incredulidad. Miró el auto, luego a Livia, y de nuevo al auto.

—¿Este coche es tuyo?

—Sí, vamos. —Lo empujó suavemente, divertida por su expresión. Cuando por fin subió, añadió—: Me lo dio el señor Damian. Dijo que le dolía la vista verme tomar taxis. Aparentemente, no quiere que entren en su patio.

—¿¡Qué!? —David parpadeó, confundido. Lo que más lo desconcertaba era la naturalidad con la que Livia aceptaba aquella excusa.

—No lo pienses demasiado. La gente normal como nosotros no entiende la lógica del señor Damian. Y, por cierto, no menciones su nombre hoy. Solo quiero pasar el día contigo y olvidarme de él un rato.

El coche salió por las puertas de la universidad, dejando atrás un almuerzo delicioso: la comida estuvo genial y la vis
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