Livia solo podía quedarse mirando con asombro, siguiendo en silencio a Damian mientras el asistente Brown abría camino como alguien que conocía muy bien el lugar.
Estaba demasiado conmovida para hablar. Sus pasos se aceleraron al alcanzar a Damian, con el corazón lleno de algo que no podía describir.
‘Gracias, Dios. Amo a mi esposo… Quiero quedarme a su lado así, para siempre.’
Caminaron tomados de la mano hacia el cementerio público. No estaba lejos. Brown ya se había encargado de las flores, que había traído en el maletero del coche. Cuando llegaron, les entregó los ramos a Livia y a Damian.
—Parece que alguien ya ha estado aquí —dijo Damian, observando la tumba ordenada.
Se arrodilló y colocó las flores con cuidado sobre la lápida de su madre. Livia lo imitó a su lado.
—Debe de haber sido David —murmuró ella—. Cada año viene conmigo. Ayer… seguramente vino solo.
—Lo siento —dijo Damian en voz baja.
Livia parpadeó. ‘¿Eh? ¿Por qué se disculpa?’
—Disculpe, señorita —intervino Brown, a