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Después de todo un día entre la multitud—empujando con la gente, haciendo filas para los juegos, comiendo comida callejera picante—Damian sentía que había perdido cinco años de su vida.

Livia, en cambio, parecía absolutamente encantada.

Finalmente regresaron a casa, el sol ya se había ocultado. Después de cenar, se retiraron a su habitación y se sentaron frente al televisor. La pantalla estaba encendida, pero ninguno de los dos prestaba atención. Damian estaba demasiado ocupado molestando a su esposa, y a Livia no le importaba recibir esa atención.

De repente, su teléfono vibró sobre la mesa.

En cuanto sonó, Damian frunció el ceño.

—¿Quién es? Déjalo —gruñó, ya extendiendo la mano para agarrarlo. Tenía medio pensamiento de lanzarlo al otro lado de la habitación.

Livia se levantó de un salto y lo tomó antes de que pudiera hacerlo.

—¡Es Jen! Espera, déjame contestarle.

—¿No está en casa? —preguntó Damian.

—Solo un momento, cariño. Déjame hablar con ella, ¿vale?

Livia estaba confundida.
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