Esa mañana, el clima soleado no podía competir con el entusiasmo de Livia.
Prácticamente brillaba, con la energía varios niveles por encima de lo normal. ¿Cómo no iba a estarlo? Después de una semana, finalmente volvía a su rutina habitual, y no podía estar más feliz.
Sentada en el coche, recorriendo la ciudad con tranquilidad, Livia se sentía libre, renovada. En el asiento del frente, Leela—su siempre alegre conductora—estaba en su habitual estado burbujeante, iluminando el ambiente con facilidad.
Los ojos de Livia estaban fijos en el parabrisas, pero sus pensamientos estaban a kilómetros de distancia, todavía enredados en el caos de la noche anterior con Jen.
Ni siquiera se había atrevido a preguntarle nada a David. Después de la confesión dramática de Jen, Livia simplemente se acurrucó en los brazos de su esposo y dejó que el sueño la invadiera.
‘Eso es suficiente. Una cosa a la vez. El señor Damian prometió ayudar a Jen a explicarle todo—even si su método es… cuestionable. Quiere