La madre dio por terminada la conversación, los labios apretados en una fina línea al no encontrar grietas en la determinación de su hijo.
Cambiar la postura de Damian era como intentar sacudir un rascacielos en el corazón de la ciudad: imposible. Aun así, aferrada a un hilo de esperanza, lo intentó. No volvería a entrometerse con Livia. Pero aceptar a esa muchacha como la madre del futuro heredero de la familia… eso todavía no podía hacerlo.
Damian la siguió con la mandíbula tensa. Ni siquiera se molestó en responder a su última súplica; solo suspiró con frustración.
La mujer entendió entonces que todo había terminado. Sus palabras ya no tenían peso. Lo único que podía hacer era marcharse.
Al abrir la puerta y dar un paso afuera, apareció el señor Matt.
—¿Dónde está Livia? —preguntó Damian sin apartar la vista del sofá.
—La joven ha entrado en la habitación principal —respondió el mayordomo, dudando un instante. Quiso mencionar su encuentro anterior con Livia, pero la vacilación se i