Damian se quedó dormido en los brazos de Livia… sin hacer nada más.
Ella no pudo evitar soltar una risita al contemplar su rostro dormido. Incluso cuando le tiró juguetonamente de la oreja, él no se inmutó. Su respiración era tranquila, sus facciones relajadas. Se veía… en paz.
Después almorzaron juntos en un ambiente cálido y acogedor. Livia todavía se sentía un poco incómoda por todo aquello, pero había algo en su corazón que disfrutaba de esa suavidad. El trato de Damian ese día era distinto—más tierno, sincero. Tal vez las crueles palabras y amargas amenazas de Helena eran prueba suficiente de que lo suyo con Damian había terminado de verdad.
Livia, por fin, pudo respirar. Por una vez, su corazón no estaba hecho un nudo.
—Vete a casa —susurró Damian después de comer, rozando con un suave beso su mejilla.
—¿Puedo pasar por la tienda? —preguntó ella, tanteando el terreno. Quizá podía escaparse de las reglas de “prueba” solo esa vez… él estaba de buen humor, después de todo.
—Oye. ¿O