XVI Fuga de memorias

Samantha no creyó lo que había oído. Permaneció inmóvil, tan asustada como un conejo en la carretera, como un cervatillo. Su corazón se había montado en una montaña rusa desde que su jefe regresara y ya no daba más de la angustia.

—Sam —volvió a decir él, rozándole el cuello con la nariz— ¿Por qué estás llorando?

—Me… me cayó jugo de limón en los ojos —dijo ella, dándole rienda suelta a su contenido llanto.

Se cubrió la boca, intentando no hacer mucho ruido, pero sus quejidos y lamentos se colaban por entre sus dedos. Él la guio hasta una silla. Le levantó el rostro y le limpió los ojos con un paño húmedo. Ella lloró todavía más.

—Llamaré a un médico.

—¡No, no!... No es necesario... Estoy bien…

—No lo parece.

—Tuve una pesadilla horrible… todavía estoy asustada… —dijo ella, hipeando por el convulso llanto que ya iba en retirada.

—Ya no ere

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