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Brown permanecía sentado en silencio en el sofá, escuchando mientras Livia relataba lo sucedido frente al centro comercial aquella tarde. Cuando Damian le permitió entrar, el joven amo solo señaló el sofá sin decir una palabra. Así que Brown no se atrevió a acercarse; eligió sentarse y escuchar en silencio.

El señor Alexander se recostó, mientras la señorita Livia descansaba contra su pecho, con los brazos rodeándolo. De sus labios comenzó a fluir la historia.

—Todo ocurrió tan rápido —susurró Livia, reviviendo el miedo al recordarlo—. Estaba mirando unas fotos en mi teléfono. Luego levanté la vista, preguntándome adónde se habían ido las personas que estaban a mi lado. Ya se habían levantado y retrocedido. Solo vi unas cuantas sillas volcadas. Y entonces... comenzaron los gritos.

Su voz vaciló, el pánico volviendo a apoderarse de ella, igual que en ese momento.

—No te obligues a recordarlo si te asusta —murmuró Damian, limpiándole una lágrima del rabillo del ojo. Por alguna razón, la
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