Unos días después
New York
Lance
Estoy feliz de estar aquí, en la ciudad donde nací. A pesar de mis negativas, mi madre logró convencerme de volver por unos meses. Nueva York es distinta a como la recordaba, pero sé que no tardaré en acostumbrarme. Lo primero que haré será llamar a los chicos, especialmente a Phillip, mi mejor amigo. Por ahora, tendré que aguantar los regaños de Cristina, que parece más mi madre que mi hermana menor.
El auto se detiene frente a la casa de mi madre. Apenas bajamos, la puerta principal se abre y allí está mi familia, esperándome con sonrisas y brazos abiertos.
—¡Miren a esta princesita! —exclamo alzando a mi sobrina en brazos—. Está enorme y hermosa. Deberían buscarle un hermanito, ¿no crees, Roger?
Mi cuñado suelta una carcajada, lanzándole una mirada cómplice a Cristina.
—Si fuera por mí, ya lo tendríamos, pero tu hermana quiere esperar —responde con tono divertido—. Y tú, ¿cómo estás? Espero que esta vez sea definitivo tu regreso.
Sacudo la cabeza, esbozando una sonrisa.
—Roger, ya se lo dije a mamá. Solo serán seis meses, no más.
Él sonríe con optimismo.
—No lo creo, ya lo verás.
—Bienvenido, Lance —la voz de Cristina interrumpe la conversación. Cruza los brazos, fingiendo indignación—. ¿No me vas a dar un abrazo y un beso? ¿No lo merezco?
Ruedo los ojos con diversión antes de rodearla con los brazos.
—Claro que sí. Ya te extrañaba… y también tus regaños.
Al día siguiente
Despierto en mi antigua habitación y, por primera vez en mucho tiempo, me siento en paz. Recorro con la mirada cada rincón, las fotos, los recuerdos... hasta que mis ojos se detienen en una imagen de mi padre. Un nudo se forma en mi garganta. Tomo el marco y lo observo en silencio.
—Si estuvieras aquí, todo sería diferente… —murmuro, apoyando la frente contra el vidrio—. Sería un mejor hombre, habrías estado a mi lado, apoyándome… No hubiera cometido tantas estupideces…
El peso de los errores del pasado cae sobre mí como una losa. Me acuerdo de Yang y Michael… de cómo me metí entre ellos sabiendo lo que sentía por ella. Fui un imbécil. También pienso en los años que he desperdiciado llevando la vida que llevo. Pero te prometo, papá, que haré un esfuerzo por cambiar, aunque ya no estés aquí.
El sonido del teléfono me saca de mis pensamientos. Al ver el nombre en la pantalla, sonrío.
—Lance, amigo, ¿acaso creíste que no me enteraría de que has regresado? —la voz de Phillip suena entusiasta—. Tenemos que vernos.
—¡Phillip! Claro que sí. ¿Qué te parece la fiesta de fin de año de mi madre? Estarán los chicos y tú. Aunque me gustaría verte antes… ¿Nos encontramos después de Navidad en el bar de siempre? Tenemos mucho de qué hablar.
—Hecho. Nos vemos pronto, hermano.
Unos días más tarde
El bar está igual que siempre, con su iluminación tenue y la música envolviendo el ambiente. Apenas cruzo la puerta, Phillip me recibe con una sonrisa amplia y un fuerte abrazo.
—¡Es un gusto volverte a ver, Lance! —exclama, golpeándome el hombro—. Dime, ¿es verdad lo que he escuchado? ¿Regresaste para quedarte?
—No te emociones tanto, solo serán seis meses —respondo con diversión.
—Sí, claro. Eso dijiste la última vez y mira dónde estamos.
Reímos juntos y pedimos un par de tragos. La noche avanza entre anécdotas y bromas.
—Por cierto, ¿sigues con la rubia aquella? —le pregunto, arqueando una ceja—. ¿O ya se cansó de esperar que le pidas matrimonio?
Phillip suelta una carcajada.
—Sabes que no me interesa nada serio. Me gusta divertirme. —Bebe un sorbo de su whisky y me observa con picardía—. Y tú, ¿sigues con tu promesa de no enamorarte?
—Phillip, no seas idiota —respondo riendo—. Vamos, brindemos.
Más tarde en la noche
El trayecto se siente más corto de lo que debería. En un abrir y cerrar de ojos, estamos en el ascensor de mi edificio. Las puertas se deslizan con un suave zumbido, y Phillip me sostiene con firmeza antes de que pueda trastabillar, pero es mi culpa, me excedía con el alcohol.
—Dame las llaves —ordena.
Se las entrego sin protestar. La puerta se abre y el familiar aroma a madera y licor impregnado en las paredes me recibe. Phillip me guía hasta el sofá y me obliga a sentarme.
—Descansa un par de horas —me dice—. Mañana tendrás una resaca infernal.
Me recuesto con pesadez, hundiéndome en la comodidad del sofá.
—No empieces a regañarme también. Solo quería celebrar un poco.
Phillip suspira.
—Sí, sí… Ahora duerme. Mañana te llamo para ver si sigues vivo.
Las llaves tintinean cuando las deja en la mesa de centro. La puerta se cierra tras él, y la penumbra envuelve el departamento. Cierro los ojos. Todo da vueltas. El cansancio me atrapa, pero mañana será otro día. Uno más para perderme en la noche. Uno más para seguir escapando de ese embrujo llamado amor.