Liam

La dulce rutina que habíamos construido comenzó a sentirse como un remanso de paz. En Pearson & Hardman, la presión seguía siendo implacable, pero ahora tenía un puerto seguro al que regresar: los brazos de Isabel, su sonrisa disipando el estrés como el sol a la niebla matutina.

Una tarde, mientras revisaba un contrato particularmente difícil hasta altas horas de la noche, el timbre de mi teléfono rompió la concentración. Era Sofía. Su voz, generalmente un torrente de energía, sonaba apagada y cargada de una preocupación que se palpaba.

—Liam, necesito hablar contigo. Es papá… —Su tono heló la sangre en mis venas. Mi padre, la figura estoica que siempre había salido adelante con una determinación inquebrantable.

—¿Qué sucede, Sofí? ¿Está todo bien? —pregunté, sintiendo una punzada de ansiedad clavarse en mi pecho.

—No realmente. Tuvo un… un colapso en casa hoy. Lo llevaron al hospital. Los médicos aún no saben qué es exactamente, pero… la cosa no pinta bien.

El mundo a mi alreded