Capítulo — El Nombre en la Oscuridad
Alejandro se giró inquieto en la cama del hotel de Colonia. El ventilador giraba lento en el techo, y el murmullo casi hipnótico del río entraba como un susurro desde la ventana. Cerró los ojos para descansar, pero el sueño lo arrastró hacia otro lugar. No era descanso: era un recuerdo que volvía con una claridad insoportable. Una pesadilla lúcida.
De pronto estaba de nuevo allí, en Ibiza, con el ruido ensordecedor de la discoteca taladrándole los oídos. Las luces estroboscópicas cruzaban los rostros, borrando los contornos, dejando solo destellos de sonrisas y sombras. El aire olía a sudor, a alcohol y a algo más… algo metálico que reconocería después como el veneno de la droga que le habían puesto en la bebida. Un sabor amargo en la base de la lengua.
Todo era mareo, risa sin motivo, la pista llena de cuerpos que se movían con una energía febril. Pero en medio de ese caos había un par de ojos que lo miraban como si fueran un refugio. Ojos o